viernes, 30 de abril de 2010

PUERTA N° 9

Por Juan Carlos Hernández Hernández

Santiago de Cuba, abril 29 de 2010, (APLO-PD) Sí, sé lo que están pensando, pero no, no es la segunda parte de Sicko, el film del cineasta norteamericano Michael Moore, aunque perfectamente pudiéramos decir que esta es una versión a lo “cubano”.

La “Operación Milagro”, iniciada en 2004 para la asistencia oftalmológica a venezolanos trasladados a Cuba para ser operados fundamentalmente de cataratas, se ha ampliado a más de veinte nacionalidades. Hasta mediados de 2006, un total de 485.476 pacientes de 28 países, de ellos más de 290 mil venezolanos, habían sido beneficiados.

Prácticamente a la entrada del poblado de El Caney está situado el Hospital General “Dr. Juan Bruno Zayas Alfonso”. Dista aproximadamente 4 kilómetros del centro de la ciudad y es el único que brinda servicios de urgencias oftalmológicas en Santiago de Cuba. Para cualquier persona que no viva en Cuba y desconozca lo accidentada de nuestra geografía y las características de nuestro transporte público, esa distancia no le resultaría significativa. Solo el santiaguero de a pie, que por diversas razones tiene que recorrer dicho trayecto lo puede entender.


El código de colores, en un vistoso mural, orienta a los pacientes cuales son los casos que deben ser tratados con urgencia y cuáles no requieren atención médica espontanea, entre estos últimos y señalado con su respectivo color verde estaba el síndrome febril. Sin embargo, doce asientos son reservados para esos casos aunque parte de los pacientes permanezcan sobre sus piernas.

“Yara”, una joven enfermera que exhibía un pulcro uniforme blanco, informaba a los pacientes recién llegados que había varias personas para “Oftalmología”, por lo que debían de esperar. Justo frente al código de colores, otro atractivo mural informaba los números de las puertas de las 19 especialidades que se atendían en el hospital. La número nueve es la de “Oftalmología”.

A las 11.45 a.m se cumplieron las primeras dos horas y 32 minutos de la llegada del paciente número 25 que solicitaba asistencia oftalmológica y tres horas y aproximadamente 15 minutos, según Graciela, Magda y Javier, que con sus cansados años esperaban por la llegada del Jefe de Servicio encargado de abrir las llaves del agua y razón por la cual no habían podido darle el resultado de sus análisis.

No hacía falta haber estado anteriormente en un calabozo para identificar el aroma que se respiraba en los baños que desbordados, competían con cualquier unidad de operaciones. La auxiliar de limpieza a duras penas pasaba la colcha seca, como si fuera una escoba, y por vergüenza no levantaba la cabeza.

Muchos agradecieron el desespero de otros que abandonaban entre maldiciones el lugar. La lista de espera bajaba y los médicos hacían uso de su profesionalismo y excelencia para demorar las consultas cuales casos de cirugía.

Tampoco había que ser Euclides (matemático griego del 300 a.C.) para darse cuenta que la proporción de pacientes se inclinaba un 45 % a la ya conocida y causa de varios altercados, puerta número 9.

Mil médicos cubanos pertenecientes al Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve”, en el otoño de 2005, partieron a Guatemala para asistir al hermano pueblo latinoamericano golpeado por un fuerte huracán.

Junto a un motorista que afanosamente buscaba al oficial de la policía, que custodiaba el acceso al cuerpo de guardia, salió la paciente número 25. Los relojes doblaban campana a quince minutos para la una de la tarde.

Un guiño de compasión le dirigió a Graciela y Magda. Ya Javier cuidosamente había doblado cada receta y papeles médicos en un pedazo de nylon y con sus gruesos espejuelos negros se había retirado del lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario