viernes, 17 de diciembre de 2010
SIN ODAS NI LOAS
Por Hugo Araña
Matanzas, 18 de diciembre de 2010, (PD) Cuando el director Fernando Pérez sitúa a su joven Martí frente al impetuoso oleaje no es por gusto. Mucho menos intenta una escena en que solamente lo plástico predomine. Es quizás la escena que más contenido encierra. En ella detectamos que presiente las altas y las bajas a las que estará expuesto cuando llegue a la plenitud de su vida, como sucedió.
En dicha escena, el futuro Apóstol comprende y hasta posiblemente se trastorna al presentir cómo será su camino, que por cierto no le será algo fácil. Sin embargo, lo asumirá, a la manera de aquellos dioses cuyos destinos estaban predestinados desde que nacieron, como fátum o aura.
‘José Martí: el ojo del canario’, último filme de este director, se aleja o rompe con el resto de su producción. Fernando Pérez se arriesga en medio de una dramaturgia fragmentada a presentarnos a este Hombre en sus primeros años, la niñez y la pubertad, con sus puntos grises, conflictos familiares y no familiares, y nos muestra matices que repercutirán sin lugar a dudas cuando alcance la estatura de hombre. Desarmado a veces, sus contradicciones lo acompañaron hasta el mismo momento en que su thánatos hizo presencia.
Si se quiere, Fernando Pérez se arriesgó. Pensamos que logró su sueño martiano. El suyo, aunque pudiera ser diferente. Eso sí, desmitificándolo y presentándolo en el meollo de su gran humanidad. Podría hasta ser controvertido, pero eso sí, y repetimos, más cotidiano, lejos de las cacofonías vacías conque a veces nos quieren presentar la vida de este hombre. Y no sólo presentar, sino inculcárnosla.
Su familia, vórtice lastimoso en que padre y madre no salen bien parados. El primero, preso de la disyuntiva, y la segunda, desgarrada al contemplar el dolor de los grilletes que arrastrará en su condena. Por lo tanto, se convierten en víctimas y victimarios, como hijos de una época en que las contradicciones políticas cogían una fuerza que con el tiempo desencadenarían conflictos bélicos contra el gobierno colonial español, cuyos resultados son conocidos por todos, por supuesto, y cuyas secuelas fueron imposibles de soslayar.
El Martí niño padece de choques con sus presuntos contrincantes de su misma edad, punto a tener en cuenta, para desde entonces calibrar su postura, aparentemente pasiva, y su introspección. Después, muchos de aquellos que lo ofendieron se arrepintieron de haberlo estigmatizado. Pero Martí aprovecha para reconocerse a sí mismo, sin perder la frescura de sus primeros años, en que desata toda su energía.
Por supuesto, Fernando Pérez se apoya en dos tiempos fundamentales de nuestro José Martí, más para entenderlo a él que para entenderse a sí mismo en calidad de artista y hombre de su tiempo, el actual, sumergido en y por la infraestructura inquietante de todo artista, atado a veces a nomenclaturas demasiado unilaterales, como (según su mismo criterio) padeció también Martí desde horas tempranas de su existencia.
El mismo paso de la niñez a la pubertad en Martí, poco a poco, sin despojarse de los conflictos que lo laceran, entrevé lo que tendrá que asumir debido a la problemática política cubana. Este señalamiento que hacemos, Pérez ni lo nombra, pero se adivina a través de casi las dos horas de duración de la cinta.
Por eso, cuando en la película Martí mira atentamente el furioso oleaje, cegador, ruidoso, amenazante, y trágicamente bello, es como si se preguntara así mismo, ¿mi único camino será ese? ¿El que me toca? Es la escena con más simbolismo en todo el filme, si no la hubiera filmado, le faltaría algo muy importante a la película.
En la filmación, ese uso de sombras y claridades -en una tierra donde la mayoría cree que todo es la luz del sol- muy bien trabajadas por Raúl Pérez Ureta de acuerdo a los requerimientos de las escenas, cada una concuerda y se empasta, aunque por momentos, la exquisitez de dicha iluminación, le resta atención a las acciones que transcurren en algunas de ellas por la esteticidad que llevó a cabo con esa luz, sea en un interior o exterior.
A nuestro criterio, sobran parlamentos. Con un más detallado manejo de la cámara y los silencios, nos hubiera inquietado aún más, tal vez a través de una mirada o una pausa silenciosa, y así expresaría lo interno de cada personaje en una situación dada.
Apuntamos esto, aunque eso no demerita el esfuerzo de una realización necesaria sobre José Martí en esos primeros años de su vida, que es justo reconocerlo, no es muy conocida. Pero además por suerte, como apuntamos al principio, para Fernando Pérez, su Martí niño fue tan niño y joven como cualquier otro, como cualquiera de nosotros. Quizás es su mayor logro.
Un punto que no se puede obviar es que a pesar de ser un filme algo extraño y singular en nuestra filmografía, rompe en cierta medida y se une a ciertas producciones que últimamente se producen en la Isla, patrocinadas o no por el ICAIC, en una franca búsqueda de nuestros problemas, aunque éste es (aparentemente) un filme de época, donde hasta su título, proveniente de un verso martiano, que podríamos enmarcarlo en el modernismo poético que años después se asentó como moda en muchos escritores (Darío, Casals, etc.)
Es justo reconocer la exquisita sensibilidad de Fernando Pérez al elegir el elenco preciso, que para suerte de todos, logra un nivel aceptable entre noveles y consagrados. Con nombrar a uno sobre el otro no ganaríamos algo, y caeríamos en predilecciones que a nada conducen.
‘Martí: el ojo del canario’, ha tenido una buena acogida de público, tal vez porque se llevó a la pantalla la figura de este cubano en sus edades tempranas sin retoques ni edulcoraciones, según la visión de su director, que nos lo ha presentado casi al natural. Es lo que más se agradece.
primaveradigital@gmail.com
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