domingo, 6 de marzo de 2011
Cerca de la desgracia
Escrito por Adolfo Pablo Borrazá
Centro Habana, La Habana
7 de marzo de 2011,
(PD) Pablo López es trabajador de la Siderúrgica "Antillana de Acero" en El Cotorro desde 1985. Fue internacionalista y milita hace más de 20 años en el Partido Único.
Con un currículo ejemplar y una vida intachable, Pablo, más que un proletario, es un esclavo. Al cabo de medio cuarto de siglo de jornadas laborales en las que ha visto como mueren en accidentes de trabajo compañeros suyos, López y otros que llevan 25 o más años de trabajo en Antillana de Acero, fue reconocido por la dirección, que le obsequió a cada trabajador un reloj y un papel que dice "Reconocimiento".
Los que trabajan en la Antillana de Acero conocen muy bien el peligro que se corre en sus talleres. Cada año pierden allí la vida numerosos trabajadores. La parte más peligrosa y donde más muertos ha habido es en Acería, donde funden las piezas con el metal súper caliente.
En el tiempo que lleva Pablo en la Antillana, no recuerda que la fábrica haya indemnizado a las familias de los que han muerto en accidentes laborales.
Pablo ha salido ileso en todos estos años. Vive en un apartamento de la barriada de "Alberro", en El Cotorro. Se "ganó" la vivienda gracias a que fue a pelear a Angola. Aun así, el domicilio no es totalmente suyo: es un medio básico de la Antillana de Acero.
Mantiene una vida aceptable gracias a su labor como albañil los fines de semana, pues lo que gana en la Antillana apenas alcanza para 18 días aproximadamente. Pero ello no es problema, Pablo es un luchador incansable y como tal va a morir.
Expuesto a un trabajo suicida por una paga miserable, López dejó de creer en el sistema por el cual un día fue a pelear a otras tierras. Reconoce que fue una gran estupidez el haber ido a aquel conflicto que no les pertenecía a los cubanos. Allí vio morir a varios amigos suyos. La sangre, los gritos de los que agonizan y las caras asustadas cuando ven llegar a la guadaña es lo que queda en la mente de este hombre que toda su vida la ha dedicado a trabajar.
Con 52 años, Pablo no tiene más que un hogar que es mitad suyo y mitad del gobierno, cuatro hijos y una esposa bastante petulante. Está cansado, no es para menos: las jornadas en la fábrica y luego el trabajo de albañilería, lo tienen exhausto.
Lo que más lo agobia y entristece es que se siente traicionado. Muchos amigos suyos son despedidos sin contemplaciones luego de varios años de trabajar como esclavos y arriesgar el pellejo. El gobierno echa sus vidas por la borda. Y lo que es peor, la de sus familias, aventuradas en la desesperanza por el simple hecho de que los jefes determinaron que sobraban en el trabajo. Los mismos jefes que un día regalaron un reloj insignificante y un diploma.
Pero de la reducción de plantillas, Pablo salió ileso. Una vez más, la desgracia sólo le salpicó.
adolfo_pablo@yahoo.com
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