
El reportero de BBC Mundo parecía muy irritado el día que escribió sobre la pérdida de franquicias aduanales de los corresponsales extranjeros en Cuba.
Manuel Vazquez Portal / martinoticias.com 24 de marzo de 2011
Foto: EFE/Esteban Cobo
Fernando Ravsberg en el V Congreso Iberoamericano sobre Nuevo Periodismo.
"Al fin y al cabo, los recovecos por los que tendremos que movernos ahora nos acercarán más a la gente común y eso a un periodista siempre le viene bien"
Cuando en Cuba alguien protesta porque ha perdido algunas de las prebendas de que gozaba, el pueblo exclama: a ese le pisaron el callo.
Es muy común en la isla que mientras el fuego llega bien a la sardina propia, importe poco lo que ocurre a aquellos que ni sardina tienen.
Ese parece ser el caso del corresponsal de BBC Mundo en La Habana, Fernando Ravsberg, quien en esta ocasión ha gritado de una manera desacostumbrada en él.
Hace pocos días nos enteramos -escribe Ravsberg- que "los periodistas extranjeros dejaríamos de recibir franquicias aduanales para nuestras necesidades de trabajo, entiéndase compra de vehículos, piezas de repuesto o equipamientos profesionales".
A párrafo seguido explica el reportero: "Llamé entonces al representante de la marca de autos KIA en Cuba para preguntarle la dirección de la tienda en la podríamos comprar ahora la piezas de repuesto. Me responden que no hay tal tienda y tampoco perspectivas de que exista en un futuro cercano".
Luego el periodista narra -perogrullada aparte- que "La mayor parte de los repuestos automotrices se venden a trasmano, así que ahora la nueva directriz nos deja un solo proveedor dentro de Cuba, el mercado negro".
Más adelante, Ravsberg se atreve a una mínima especulación -que ya no es tal porque está más que comprobada- "podríamos pensar que es un asunto puntual, con contenido político, dirigido a complicarle la vida a la prensa extranjera, sin embargo, esta falta de previsión ocurre mucho más a menudo de lo que los economistas aconsejan".
Y entonces el comunicador se abre a una serie de realidades de las cuales anteriormente parecía no haberse percatado y recuerda que: "Basta sólo pensar que se abrió el trabajo por cuenta propia y se entregaron 171 mil licencias sin haber comprado los insumos que ellos necesitan. No hay que ser adivino para averiguar de dónde sale el 80% de los productos que se venden en las calles".
El despacho de Ravsberg discurre luego por los sórdidos vericuetos de la falta de pan, los malabares de los cuentapropistas para poner en funcionamiento sus mínimos negocios, de la corrupción en las empresas, de las vicisitudes de los campesinos emergentes que no tienen donde comprar las herramientas, fertilizantes, semillas, alambre y sistemas de riego que necesitan para poder poner a producir las tierra que se les ha entregado en usufructo.
Luego Ravsberg ofrece algunos consejos sobre economía a la jerarquía isleña y les recuerda que: "Un buen mecanismo de ahorro sería hacer análisis de consecuencias antes de tomar las medidas concretas. Para lograrlo basta con oír a los especialistas, los que demasiadas veces carecen de poder a pesar de que les sobran conocimientos".
Añade el reportero que "En ninguna otra parte del mundo los periodistas reciben franquicias, nos dicen", pero lo que parece obviar Ravsberg es que la respuesta correcta sería replicar que tampoco en otras partes del mundo existe un sistema que controle vida, comercio y pensamiento como lo hace el cubano.
Preludia Ravsberg que, tras el leve percance: "los periodistas nos integramos a la realidad del trabajador por cuenta propia sin precios mayoristas, de los padres que sufren las colas del pan, de las amas de casa que perdieron el gas y del campesino al que no le venden herramientas".
Y brillantemente concluye que: "al fin y al cabo, los recovecos por los que tendremos que movernos ahora nos acercarán más a la gente común y eso a un periodista siempre le viene bien".
Y yo pienso que sí, que tiene razón Ravsberg, eso lo acercará un poco más a ver por los ojos del cubano de a pie que siquiera tiene un espacio en un periódico para contar sus padecimientos y depende de la buena voluntad de los periodistas honrados.
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