A primera vista, parece la rectificación de aquel descomunal error celebrado como la ofensiva revolucionaria de 1968. Sin embargo, bien mirado, ese juicio peca de superficial, pues según lo anunciado, la medida no significará un vuelco total, pues preserva a las respectivas empresas burocráticas, para que puedan controlar provechosamente las gestiones comerciales.
El Estado comienza por ahorrarse los salarios del personal, pues en lo adelante será este quien deberá tributarle dinero contante y sonante, a cambio prácticamente de nada. También borra de su contabilidad los costos de agua, electricidad y mantenimiento de los locales. Además, la magnitud del desfalco habitualmente practicado, recaerá ahora sobre los flamantes dueños.
Vale subrayar que estos servicios serán cobrados según la tarifa vigente para las residencias particulares, aunque quede bien aclarado que los locales seguirán siendo propiedad estatal.
Por si fuera poco, los almacenes mayoristas le venderán a estos establecimientos su mercancía "a precios minoristas, con un ligero descuento" de modo que el financiamiento de la imprescindible ganancia correrá por los consumidores, hasta ahora maltratados por las insuficiencias socialistas, relativamente baratas. Ahora, podrán disfrutar de lo peor de cada sistema: persistirá el trato torpe y la limitada oferta, solo que ahora tendrá que pagarla a precios de mercado.
El escueto texto publicado no da respuesta a casi nada, excepto a la prohibición de subarrendar. Tampoco aclara respecto a la competencia de estos centros con los de los cuentapropistas ya establecidos. Las relaciones entre los colectivos de trabajadores tampoco se delimitan. Simplemente, las unidades comerciales que antes pertenecían a determinada empresa, ahora no podrán esperar ninguna ayuda, aunque deban seguir atados a ellas.
Dudo mucho que esta modalidad de la propiedad obrera haya sido prevista por ninguno de los autores clásicos del marxismo. Al modelo aplicado por el mariscal Tito en Yugoslavia, los estalinistas lo tildaron de revisionista, alentador del surgimiento de una aristocracia dentro de la clase obrera. El actual modelo chino depende de las más amplias conexiones con el capital extranjero y no de exprimirle los kilos al mini-negocio.
Esta forma de proceder, donde el Estado se asegura de entrada todas las ventajas y le impone al ciudadano deseoso de escapar a la miseria gabelas de garrotero, francamente recuerda los sistemas de protección ideados por las mafias de antaño.
¿Quiénes serán los escasos beneficiados? Supongo que quienes resulten premiados por la piñata para hacerse con los títulos de administradores, personas con impecables historiales de conducta marxista-leninista, a quienes ahora se les impondrá la desagradable tarea de enriquecerse mediante el lucro capitalista, a condición de que no dejen de aplaudir.
Tan pronto empiece a funcionar se evidenciarán los síntomas de empantanamiento. Entonces, los generales al mando tendrán que morderse las lenguas y darle luz verde al inevitable capitalismo contemporáneo, por mucho que eso disguste a los fracasados estalinistas. Ya lo veremos.
Para Cuba actualidad: rhur46@yahoo.com
Fotos: Osmar Laffita
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