viernes, 28 de diciembre de 2012


¿Qué no hace un padre por sus hijos?

 | Por Alejandro Tur Valladares
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Recientemente vino a visitarme el joven Gilberto Manzano Pacheco, la estampa viva del desamparo. Su tartamudez y el afán por narrar en pocos minutos un relato que enmarca casi una década de sufrimientos, apenas me dejaban comprenderle. Por ello le pedí que lo escribiera todo en un papel.
En hojas arrugadas, manchadas por la humedad, con caligrafía irregular e incierta ortografía, me explicó la tragedia que vive su familia ante el imperativo de hacerse de una vivienda mínimamente decorosa.
El paso de un huracán devastó su covacha, ubicada en la barriada de San Lázaro, en Cienfuegos. El llanto de la esposa, tras ver las pérdidas que habían sufrido, fue mitigado por un anuncio televisivo que los medios del gobierno repetían hasta el cansancio: “Tengan por seguro que la revolución no los abandonará”.
Diez años después, el mantra oficialista sigue repicando en la cabeza de Manzano, sin que nadie le haya presentado una propuesta digna. Por eso, aquella tarde en que desarmó su choza y tiró sus maderos frente a la sede del gobierno provincial, pensando que con ello daba un aldabonazo en el corazón de los grises funcionarios que allí medran, sólo estaba mostrando un vestigio de su tozuda fe, que se negaba a morir.
Sin embargo, tan pronto como el cancerbero que custodia el palacio de gobierno en la provincia, se le acercó y le dijo: “O te largas, o llamo a la policía”, comprendió lo que debía esperar de esa gente.
“Cuando llegó la policía –me cuenta ahora Manzano-, cargaba en brazos a mi niña de dos años. Eso no les contuvo. Se me tiraron al cuello, golpeando a mi pequeña en los labios. Le partieron la boca esos desgraciados”.
Tres días estuvo preso el reclamante, acusado de escándalo público y desacato. Mientras, para apaciguarle, una brigada de construcción le levantaba un refugio temporal con planchas de cartón impermeabilizadas y con chapapote y troncos de árboles sin aserrar: “Había que ver el refugio tras el primer aguacero –añade-, las cataratas del Niagara hubiesen sentido envidia justificada. Cuando el verano llegó, el asfalto que recubría las planchas de cartón que hacían las veces de pared y techo, comenzó a derretirse. Más que a una casa, aquello parecía el infierno”.
Para cuando vino a verme, Manzano se había convertido en una suerte de saltimbanqui. Por tres ocasiones recogió sus pertenencias y las parqueó indistintamente frente a los edificios del gobierno y del partido comunista. En cada ocasión, el reclamo fue ahogado por los represores. La última vez que se lanzó  a conquistar molinos de vientos –hace menos de un mes-, fue recluido desnudo en una celda de la Unidad Provincial de la Policía, durante 8 días con sus noches. En todo este tiempo Manzano realizó un ayuno voluntario.
Me ha dicho que volverá a intentarlo. Con su determinación, Manzano me recuerda al balsero que se lanza a la mar una y otra vez, en busca del éxito o de la muerte. Asegura que no tiene nada que temer, que no le espantan policías o dirigentes.
“Qué no hace un padre por sus hijos”, fue la sentencia que me dejó a manera de despedida.

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