martes, 2 de abril de 2013


El coronel y la enfermera
MARTES, 02 DE ABRIL DE 2013 00:13 ESCRITO POR LUIS TORNÉS AGUILILLA 0 COMENTARIOS


Cuba actualidad, París, Francia, (PD) Fugaz fue su zoofilia alevosa por la llanura que corre, en aquella isla de Cuba, entre Bayamo y Jiguaní porque, de repente, le sorprendió la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista y entonces se alzó, llevando en ristre la inconsciencia de la juventud y un indiscutible perfil criminógeno que la lucha revolucionaria canalizó para parirnos a un monumental oficialazo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias: bruto, violento y buen mozo.

Fue gran abusador de sus soldados y enamorado empedernido, al linde del vicio patológico, pero su preocupación permanente era el mantenimiento técnico de su bien más preciado: un Chevrolet del año 1958 que, a punta de pistola, le robó en Santiago de Cuba a un supuesto partidario de la dictadura batistiana. Eran entonces en Cuba, los años de « por mis cojones ».

Después de la «guerra» contra Batista siguió en las fuerzas armadas y Fidel –decía él – le regaló una pistola grande que no era la pistola mierdera y reglamentaria de los oficialitos aun cuando terminó entregándola «pa'no desgraciarme la vida..... » -decía.

Durante todas las aventuras de Fidel Castro en África, en las que murieron miles de cubanos, él no fue llamado a misión internacionalista ni tampoco pidió ir porque « la revolución sabe que estoy aquí...pa' servirle » -decía bien alto y claro - para que los chivatos de la contrainteligencia militar lo oyeran. Y efectivamente, se salvó, nunca fue a África, dedicándose full time y casi sesentón al regimiento provinciano que le dieron a modo de sonajero para que se entretuviese con añadidura de su otra pasión: la caza de las tiernas estudiantes de la escuela de enfermería.

Fue una de esas muchachas, una nena de 27 años la que, sin quererlo ella, acabó con la vida de nuestro coronel de oficina en un apartado lugar de la costa norte de Cuba. Ella quería ver el mar y él, no midió que sus años no le daban para lidiar con aquel tronco de hembra. Fue un infarto masivo del miocardio al primer asalto. Ella huyó despavorida y descalza por zarzas y matorrales (como hubiese dicho un poeta andaluz) y allí quedó el cadáver desnudo del coronel, a treinta metros del mar. Llegó la noche y, como cada noche en esa época de año, millones de cangrejos salieron del mar hacia tierra adentro como un ejército en marcha.

Dos días pasaron antes de que encontraran el cadáver envuelto en un hedor infame. Por obra de los cangrejos y del sol, faltaban al cuerpo del coronel, los ojos, el pene y los testículos. Hubo una investigación de envergadura, la estudiante fue arrestada pero la «justicia revolucionaria » probó que todo fue un accidente.

Lo enterraron a él sin bombo ni platillo. Nunca más se pronunció el nombre de aquella bala perdida en uniforme. EPD.
Para Cuba actualidad: SIPENS@wanadoo.fr

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