La Cuevita fuera de la Ley, a correr compradores
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Dicen que al mercado de La Cuevita le quedan sólo unos días de vida, pero allí nadie se muestra tenso ni preocupado por ello. Cuando este sitio, el más sedicioso y atractivo entre los predios de los cuentapropistas habaneros, sea allanado finalmente por las fuerzas policiales (lo que, según pronósticos, ocurrirá el primero de enero), sencillamente sus más de 400 vendedores se mudarán con sus timbiriches a otra parte, o los mantendrán allí mismo, clandestinos.
Después de todo, no sería el único operativo policial que van a enfrentar, y no por gusto son ellos luchadores de especial calibre, capaces de haber creado una zona franca para la gente pobre de Cuba, mientras nuestros caciques se entretenían cocinando el Potosí de los grandes magnates, en la bahía del Mariel.
Incluso, si las autoridades lograran desalojar hasta el último cuentapropista de aquel barrio miseria de San Miguel del Padrón, pervivirá su historia como constancia de que, a pesar de los pesares, el totalitarismo fidelista no pudo exterminar del todo el espíritu emprendedor de nuestra gente humilde, ni su vieja disposición como desafiadores de la ley injusta, algo que ya queda acuñado en los andurriales de La Cuevita, primer enclave de mercado libre en La Habana comunista.
Cientos de timbiriches, improvisados a lo largo de un kilómetro, o más, de extensión, hacinados a veces, sobre caminos de tierra, solares, pasillos, portales… Multitud de pregones, regateos, anuncios furtivos. El movimiento es de vértigo. En la atmósfera, sin que llegue a ser tirante, se respira la impaciencia ante lo efímero, lo que puede acabar en un abrir y cerrar de ojos. Pero al mismo tiempo, rebosa allí la alegría y el regocijo de los compradores, que acuden por millares cada día, desde los alrededores y desde cualquier rincón de la Isla.
Lo que podría ser pintoresco y muy corriente en otras ciudades del tercer mundo, merece en La Cuevita la calificación de extraordinario y hasta mágico. Allí es posible comprar cualquier cosa, desde un alfiler hasta un equipo electrónico de última generación; desde cabillas para la construcción (en constante déficit para el público) hasta ropas y perfumes de marca mundial. Además, todo mucho más barato que en el resto de los mercados, incluidos los estatales.
Una de las quejas más frecuentes de la población en torno a los trabajadores por cuenta propia es que acaparan en los establecimientos estatales productos en déficit para venderlos más caros en sus negocios. El régimen, claro, se ha estado aprovechando de esas quejas para actuar oportunistamente contra ellos, al tiempo que, al no abrirles un mercado mayorista, no les deja otra alternativa que seguir incurriendo en el desliz o, de lo contrario, cerrar sus timbiriches.
Sin embargo, en La Cuevita quedó resuelto ese problema. Los precios de toda su mercancía, sin excepción, resultan significativamente más asequibles que los del Estado, mientras la calidad es superior a ojos vista. Es algo que parece obedecer a un misterio de inextricable gestión, pero sea como fuere, demuestra que las tiendas del régimen no venden todo lo barato que podrían sin dejar de ganar.
No en balde entre la avalancha de compradores es posible distinguir una representatividad total de nuestra gente. Desde el estudiante, hasta el militar (de baja graduación, porque los grandes jerarcas tienen sus bazares exclusivos); desde la enfermera, el médico, el artista, o cualquier profesional, hasta las amas de casa. Los propios policías que tal vez muy pronto se lancen en zafarrancho contra aquellos kioskos de llega y pon y contra los cuchitriles que sirven de almacenes, acuden ahora como clientes, pues también ellos necesitan adquirir los productos a mejor precio y con mayor calidad que en las tiendas.
Por supuesto que la mayoría de los comerciantes de La Cuevita accionan al margen de la ley. Por más que inquiete reconocerlo, no podrían ser eficientes si así no lo hicieran. Sólo los hacedores de la ley cubana (que es la ley del embudo) pueden cumplirla, y es porque no fue legislada para ellos. Por más que sean campeones de marca como violadores de la ley de la razón y la justicia.
Una constante de las dictaduras es destruir con los pies lo que no construyen con la cabeza. Entonces puede ser cierto que a La Cuevita le queden pocos días de vida.
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