lunes, 16 de diciembre de 2013

La obra que el Presidente Raúl oculta

La obra que el Presidente Raúl oculta
Por Agustín López Canino
Dekaisone13 de diciembre de 2013


“Bienaventurados los que tienen hambre y sed porque ellos serán saciados, y los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
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Cuba, 10 con 30 minutos del 11 de diciembre de 2013.  El verano se fue pero el invierno no llega. Un sol límpido de fuego cae sobre la ciudad enternecida de consuelo y resignaciones.  Subo a un ómnibus como si fuera a iniciar un viaje cósmico, me exprimen tanto que descubro estrellas, cientos de olores se ciernen sobre mi nariz asustada del efluvio siniestro del aire enrarecido.  No puedo quejarme, yo soy un raro y los demás me parecen raros, y este viaje es de raros que se extinguen muy raro.  Me doy cuenta que estoy consternado, la nostalgia circula por las arterias, por las venas, de abajo a arriba, de arriba abajo.  Ayer fue día de los Derechos Humanos que el gobierno cubano se comprometió a respetar por encima de las razones del poder.  Discriminación, represión, exclusión, masacre espiritual que va más allá de la muerte física.  Como una invasión satánica cayó sobre las calles de Cuba, mi querida Cuba, mi tierna Cuba, mi amorosa Cuba, como me duele lo que te han hecho.
Los vi cuando los conducían a hacer el acto de repudio frente a casa de Antonio Rodiles y lo tengo dentro, el escudo de inocentes conducido a los crematorios modernos donde se crema el alma y se deja el cuerpo.  Los vi avanzar conducidos por los mayores: los del partido, los del gobierno, la policía, los agentes de la seguridad del estado.  Todos por órdenes del presidente.  Es la barbarie con rostro infantil.  Se me anuda la garganta y más lágrimas se me hacen piedras detrás de los ojos.  Perdona a los niños, señor, no a los adultos, ellos sí saben lo que hacen y no me perdones a mí por pedirte esto.  Tú lo dijiste Señor: Dejad los niños venir a mí, porque de los tales es el reino de los cielos.  Mírales Señor, el poder los está echando al infierno.
Dejo el ómnibus y  un poco el día de ayer, camino entre sombras de nubes y sombra de miserias, no son grietas que se me hacen en el alma, ya el alma es una grieta que sangra como un manantial.  Ni tan siquiera le quitaron los uniformes escolares y le pidieron el consentimiento a los padres.
La puerta está abierta.
Los volví a traer a la memoria antes de llegar a casa de Laura, alcé la mano a ver si los podía tocar, acariciarlos y entregarles un caballo de palo o dos botellas atadas una al lado de otra como una yunta de bueyes, eso, a los niños;  a las niñas, una muñeca de trapo, luego avancé hasta el 6 de enero de este año cuando Berta y Laurita le entregaron a muchos niños una bolsita con juguetes y les devolvieron el día de reyes que la revolución de Fidel Castro les había quitado. Sacudí la cabeza como para dejar todo aquello fuera y entré con la cámara casi en la mano.
Quizás había ya unas 8 Damas de Blanco, contaba cada una su historia del día anterior, no hacían alarde, solo reían y gesticulaban con emoción. Yo también reí, últimamente se me ha olvidado la risa.  Soy malo para recordar los nombres, por eso en este relato, utilizaré para nombrarlas una letra de estas palabras: Cuba es una para todos los cubanos.
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La C tiene el Nuevo Herald y lee la noticia que al gobierno cubano le falta el valor para publicar, -mira, estas somos nosotras, ves cómo se llevan a U; esto fue cuando la agarraron por el cuello.  Aquí estaba yo, dice la B.  A mí no me dejaron llegar, dice la A. Cuando llegué para confundirme en la cola de Coppelia, me tomaron por los brazos y me llevaron para los carros comenta la E.  A mí cuando me rebelé para que no me dieran, una señora que venía caminando le gritó abusador a la policía, dice la S; y a mí cuando me golpeaban, una mujer del público le comenzó a dar golpes al policía dice la T.  Mira mi brazo dice N.  ¿Ves los dos moretones? Me golpean por aquí, es donde tengo hecha la radical de mama.  Se alza la blusa, enseña una cicatriz horripilante que le atraviesa el pecho hasta el pulmón.
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Todas siguen reviviendo la emoción del día anterior, dónde las han golpeado, luego encarcelado, pero yo me paralicé, sentí por unos segundos la esencia del mundo, el oxígeno desapareció y cuando volvió, ya Cuba no estaba en el lugar de antes, ya el odio corría por las calles, los cubanos no éramos cubanos y los cuerpos se habían volteado arrastrando la cabeza por la tierra y los pies hacia el cielo.  Alcé la cámara y lancé los flashazos.  Por dentro estaba horrorizado allí en aquella herida donde esta mujer tenía el más profundo dolor de su vida era donde la golpeaban.  Esperé que llegara Berta Soler y después de escucharla decir: Ahora vamos a festejar nosotras, salí a la calle tocándome la piel para ver si estaba vivo, si era real, si aquella mujer con la herida en el pecho no era un espejismo. Me apreté los brazos y cuando alcé la vista, choqué con el esbirro alzando el teléfono, quizás para informar de mi salida; entonces supe que era real, que estaba vivo y daba un paso más para derrocar al tirano y su tiranía.

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