Aviones cubanos secuestrados y traídos a EEUU no vuelven a volar
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CHRISTINE ARMARIO
/AP
Cayo Hueso -- Por su valor nominal, son tres aviones viejos que no tienen más precio que el valor de sus piezas y su chatarra. Robados al gobierno cubano durante un período de seis meses que terminó en abril del 2003 —dos por secuestradores, uno por su piloto— todos aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Cayo Hueso, un vuelo de 116 millas desde La Habana hasta las costas de Estados Unidos.
Fidel Castro demandó repetidamente que se devolvieran los aviones. En su lugar, las cortes estadounidenses los confiscaron para satisfacer parte de la adjudicación por $27 millones ganada por una cubana-americana que se casó sin saberlo con un espía cubano en Miami.
Lo que sucedió a los aviones en años siguientes es otro capítulo en la historia de las contenciosas relaciones EEUU-Cuba, con los nuevos dueños incapaces de volar los aviones en ningún lugar.
El primero de los tres aviones en aterrizar en Cayo Hueso fue un avión de fumigación amarillo y fabricación soviética que el piloto Nemencio Carlos Alfonso Guerra usó para traer a siete pasajeros, muchos de ellos parientes suyos, a Estados Unidos en noviembre del 2002.
Cuba quería de regreso el bimotor, pero un juez de la Florida estuvo de acuerdo con Ana Margarita Martínez que debería ser confiscado y vendido para pagar parcialmente el fallo que se le adjudicó a ella bajo una ley antiterrorismo. En 1996, su esposo, Juan Pablo Roque, voló de regreso a Cuba después de infiltrarse en la organización Hermanos al Rescate, con sede en Miami. Al día siguiente, dos cazas cubanos derribaron dos Cessnas del grupo en aguas internacionales, matando a cuatro pilotos.
El viejo Antonov AN-2 se subastó en el 2003 en el aeropuerto de Cayo Hueso y Martínez hizo la mayor oferta, $7,000.
“Tuvimos una victoria —mantuvimos esta propiedad del gobierno cubano”, dijo Martínez después de la subasta.
Ella esperaba venderlo más tarde para lograr un beneficio, pero en su lugar se lo dio al artista cubanoamericano Xavier Cortada, que pintó la mitad de él con un colorido mural como parte de una exhibición para conmemorar la independencia de Cuba.
Después de la exhibición, Cortada donó eventualmente el avión a la Universidad Internacional de la Florida (FIU), quien planeaba exhibirlo, pero no pudo encontrar un edificio para almacenarlo. Actualmente se deteriora bajo lonas en una esquina apartada del campus de la FIU.
Incluso si pudiera volar, habría otro obstáculo: el avión tendría que dar de baja su registro en Cuba o recibir una autorización especial de la Administración Federal de Aviación. Eso, sin embargo, requiere documentos de mantenimiento y certificados que prueben que el avión es seguro, todos los cuales se encuentran en Cuba.
Don Soldini, quien adquirió un DC-3 secuestrado, es uno de los pocos que tuvo una oportunidad de obtener registros de aviones cubanos.
“Lo volaría de regreso”, dijo Soldini la semana pasada.
Soldini, que fue a Cuba cuando era adolescente para luchar en la revolución, se mantiene en buenos términos con los dirigentes de la isla.
Soldini tenía apenas 18 años cuando viajó pidiendo aventones de Staten Island a Cayo Hueso a finales de la década de 1950 para unirse a la revolución cubana. Luego voló a la isla en un DC-3 de pasajeros, un elegante avión que es ahora sinónimo de la Segunda Guerra Mundial y la era de las décadas de 1940 a 1960 de la aviación comercial. Una vez en Cuba, Soldini se unió a la clandestinidad y eventualmente luchó en el ejército rebelde, junto con Raúl Castro y sus tropas.
Después de la victoria de los revolucionarios en 1959, Soldini permaneció en Cuba, pero no se sintió bien allí como estadounidense. Eventualmente se fue y comenzó una compañía inmobiliaria en la Florida con oficinas en 21 países. A partir de la década de 1970, comenzó a visitar a Cuba unas dos veces al año.
En marzo del 2003, un DC-3 cubano similar al que había volado Soldini fue secuestrado por seis hombres a punta de cuchillo y llevado a Cayo Hueso. Trece días después, otro avión comercial cubano fue secuestrado hacia Cayo Hueso por Adermis Wilson González.
“Mi meta siempre fue venir a este país y trabajar para darle un mejor futuro a mi familia”, dijo González en una carta la semana pasada a The Associated Press desde una prisión federal en Pennsylvania. González cumple una sentencia a 20 años por piratería aérea.
Al igual que con el bimotor, ambos aviones fueron subastados.
Dos aspirantes a pilotos de Colorado vinieron a la venta y, para su sorpresa, ganaron. Wayne Van Heusden compró el DC-3 por $12,500 y Matthew Overtor adquirió el Antonov AN-24 por $6,500.
“Mi gran idea, inicialmente, era darlo a las autoridades cubanas, porque es su avión”, dijo Van Heusden.
El se imaginó llenar el avión con suministros médicos y volar hacia la isla, pero no pudo encontrar apoyo financiero. Van Heusden y Overton se encontraron con el mismo obstáculo: no pudieron volar los aviones sin los documentos de mantenimiento. Rápidamente se acumularon las tarifas por mantener los aviones en Cayo Hueso, y ambos decidieron venderlos.
Overton ofreció su avión en eBay, pero no obtuvo una buena oferta. El Aeropuerto Internacional de Cayo Hueso se hizo cargo del avión y hoy se usa para simulacros de emergencias.
Soldini oyó sobre el DC-3 y sintió nostalgia por el día en que voló para unirse a la revolución.
El compró el avión a Van Heusden y contactó a los Castro.
Pero después de los largos y apasionados discursos de Fidel Castro pidiendo a EEUU la devolución de los aviones, Soldini dijo que el gobernante cubano no los quiso.
“El está más interesado en el impacto político que en el práctico”, dijo Soldini. “No pude hacer nada”.
Soldini regresó a Cayo Hueso, desarmó el avión y lo puso en un camión. Estacionó el avión en un hangar en la Florida central, donde se encuentra en la actualidad. Después hizo un largo documental que contaba la historia del avión, desde que se fabricó en California hasta sus días en Cuba.
Soldini espera que un día esté en un museo, porque nunca volará de nuevo.
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