Un Partido único genera un modelo de sociedad monocromática, sin vida, en la que todos están unidos por una sola idea y el alcance ilusorio de un objetivo común. Su objetivo supremo ─esencialmente inmovilista─ no ha sido otro que congelar la historia
martes, marzo 31, 2015 | Alexis Jardines Chacón | 2 Comentarios
MIAMI, Florida. — ¿Cuál es realmente el nódulo del problema cubano? El modelo político unipartidista. ¿A qué se le teme? A la creciente situación de ingobernabilidad detectada y reconocida ya por el propio Fidel Castro. El resto ─incluyendo el embargo, la disidencia, el Imperio, el precio del petróleo, la soberanía y el propio Barack Obama─ es, simplemente, secundario. Para el gobierno cubano lo único sagrado son las calles. Y el gran reto: mantener al rebaño en el redil.
Un NO al unipartidismo
Los cambios políticos son la clave de los cambios económicos. De donde se sigue que tenemos que enfocarnos en el unipartidismo ─y no en la economía─ si queremos realmente obtener algo por la vía de la democracia. Es el Partido y, más precisamente, su disolución en tanto Partido único ─y no por pura espontaneidad, sino por la presión democratizadora de la gente de a pie y de los propios militantes de fila─ lo que desencadenará el proceso de transición.
Desafortunadamente, ningún cambio en Cuba es concebible sin contar con el gobierno, dado que en la Isla ni siquiera hay oposición política estructurada y tanto la sociedad civil como la institucionalidad están secuestradas por el Partido. El problema peor es que es el propio Partido el que gobierna. Por lo tanto, ningún cambio estructural será posible sin la autonomía del gobierno. De modo semejante, ningún cambio será legítimo sin la participación popular.
La disolución del PCC es la precondición del pluralismo político y de las elecciones libres. Aquí no cabe la inversa. El Partido no puede darle a la sociedad cubana lo que él mismo no posee, a saber: apertura, transparencia y democracia. En ello y solo en ello reside la explicación de la situación inmovilista. Se encuentra trabado el Partido por problemas en sus fundamentos, nada podemos esperar de una situación semejante en términos de transición a la democracia.
El Partido comunista de Cuba sabe muy bien que es vulnerable en la base y que no hay espacio alguno para que los militantes de fila expresen lo que realmente piensan y sienten, mucho menos para que puedan disidir. La doble moral ─toda una institución en la Isla─ es el estilo de vida de la militancia. Los mismos que velan por el cumplimiento de los lineamientos de cada Congreso son los que pasan hambre y soportan carencias; los que venden y compran en el mercado negro; los que no entienden por qué sus dirigentes están predestinados al buen vivir, al lujo y la abundancia. Condiciones objetivas sobran para remover al Partido único desde su base.
En el VII Congreso del Partido los militantes no deben proponerse la megalomaniaca y manipuladora meta de salvar al país (económica e ideológicamente, siguiendo una fabricada tradición que los ha llevado sistemáticamente al fracaso) sino salvarse a sí mismos como Partido, capaz de sobrevivir en condiciones de democracia política. Aquí se podría parafrasear a Juan Pablo II: que el Partido se abra al mundo y que el mundo se abra al Partido. Y para no incurrir en el error a que indujeron aquellas santas palabras sobre la apertura mutua de Cuba y el mundo, acoto de inmediato que primero el Partido debe abrirse al mundo, desterrando ―entre otras muchas cosas― su lenguaje de barricada, la siempre útil imagen del enemigo, las prácticas discriminatorias, el acusado antinorteamericanismo que ha actualizado bajo la nueva figura de antiplattismo, así como la errónea y ridícula creencia de ser un ente superior, encargado de planificarle la vida a la sociedad y de conducirla triunfalmente hacia un luminoso futuro.
Que esta solución de democratización del Partido Comunista de Cuba es la única que satisface todos los posicionamientos en torno al embargo y la normalización ─incluyendo las posiciones del propio gobierno cubano, dado que el pedido no pretende su derrocamiento, no es injerencista y hace del propio Partido comunista el protagonista de la transición─ es algo innegable. Sin embargo ¿es posible? Lo mejor que tiene la perspectiva de la democratización, previa al levantamiento del embargo, del PCC es que es posible. Ya los ideólogos del raulismo han estado explorando el terreno, solo habría que invertir un orden que resulta a todos luces retorcido y engañoso.
Arturo López-Levy defiende explícitamente la idea de negociar el embargo por el fin del unipartidismo y la colectivización, lo que habla en favor del pluripartidismo y la economía de mercado. Esto suena muy bien, pero hay una trampa en todo ello: el orden de la secuencia. La fina línea que separa a los que quieren el empoderamiento político (acceso al poder, incluido) y económico del pueblo y a los que persisten en conservarlo solo para la dinastía castrista, sus descendientes y allegados está determinada por una sutil inversión de la secuencia de los acontecimientos. Para el profesor López-Levy el levantamiento del embargo debe preceder al desmantelamiento del sistema político unipartidista y del sistema económico colectivista. La pregunta es: ¿Y si no se lleva a cabo tal desmantelamiento ―dada la gradualidad del proceso que se pone como condición― una vez levantado el embargo? Hay que ser demasiado ingenuo, como lo está siendo Obama, para entregarlo todo a cambio de nada; para extender una y otra vez cheques en blanco a un gobierno-Partido con voluntad de conservación, pero sin voluntad de cambio.
Si ese trueque es el que se avizora a mediano plazo desde la perspectiva raulista (trueque que además esconde la posibilidad del bipartidismo de la oposición leal como moneda de cambio) debemos dejar claro que quien está del lado de la democracia y no de la dinastía nepotista defiende la idea que la democratización del PCC ─en términos de desmantelamiento y disolución─ debe ser la condittio sine qua non del levantamiento del embargo. Así, pues, todos estamos por lo mismo, solo habría que mantener una secuencia que deliberadamente se intenta revertir.
Atendiendo a la nueva dinámica resultante a partir del 17/12 muchos enfoques y cuestiones relacionadas con los asuntos cubanos han quedado obsoletas. Arturo López-Levy no deja de tener razón cuando dice que “ya la pregunta no es si el embargo será levantado, sino cuándo y cómo”. En consonancia con ello comienzan a dibujarse dos grandes líneas de pensamiento que fertilizarán la cuestión cubana en lo adelante:
- La que defiende la gradualidad de un proceso de apertura que según considera debe ser ejecutado por el gobierno norteamericano, pero capitaneado por el Partido único y blindado, dicho proceso, mediante una ideología nacionalista con claros matices antinorteamericanos.
- La que rechaza de plano la gradualidad de la negociación en las condiciones actuales, pero que como la otra no se propone derrocar al gobierno (tan solo por puro realismo político y no por que la dictadura no lo merezca) y acepta que los comunistas sean responsables y actores de la transición a la democracia, siempre y cuando comiencen por democratizarse a sí mismos antes de emprender cualquier proceso que pueda abrir a la sociedad cubana en materia de economía y derechos civiles. La garantía de la democracia en Cuba a corto plazo es la disolución del PCC.
¿De qué puede valer una reforma a la ley electoral en condiciones políticas de Partido único? Esto es como esperar peras de un olmo. ¿Qué puede hacer realmente un candidato independiente ―no importa si con o sin programa de gobierno que proponer― una vez que entra en la maquinaria electoral unipartidista y en las estructuras gubernamentales totalitarias, controladas todas a través de la Seguridad del Estado? La respuesta es simple: lavarle la cara al régimen, concederle una legitimidad democrática que, aunque aparente e inauténtica, será más que suficiente para que la dictadura unipartidista continúe con beneplácito cabildeando a sus anchas en la arena internacional.
Un NO al bipartidismo leal
Los rasgos característicos de la primera vía antes mencionada, en lo que concierne al papel gestor que esta le asigna al gobierno norteamericano, quedan expresados en las siguientes palabras de López-Levy: “El objetivo de Washington debe ser abrir la sociedad cubana a una mayor pluralidad, desde lo económico, social y cultural subiendo hacia lo político, no derrocar al gobierno” [i]. En lo que toca ya al papel rector atribuido al gobierno cubano en el proceso de normalización, dice lo siguiente: “El desmantelamiento de la política imperial de cambio de régimen se avizora no de un tirón, sino paso por paso. Esa situación deja al Partido Comunista de Cuba suficiente espacio para aterrizar gradualmente en la nueva situación y con bastante munición nacionalista para movilizarse, interna e internacionalmente, contra las sanciones estadounidenses todavía en vigor y la base naval de Guantánamo”[ii]
Lo que se echa de menos en las propuestas de los voceros de la oposición leal es la participación popular y disidente en los asuntos del Estado y del gobierno. Los leales no escatiman esfuerzos para excluir a la gente de a pie y a la disidencia interna de sus cálculos. Antes bien, intentan ganar tiempo para lograr un reacomodo que permita aceitar el actual sistema de dominación con el ánimo de adaptarlo a eventuales condiciones de pluripartidismo (léase, bipartidismo). Hay que estar alerta ante lo que solo terminaría siendo un relevo generacional dentro de la misma ideología nacionalista revolucionaria.
Pero eso no es todo, hay más “exclusiones democráticas” y hasta rencor ciego con sabor nazi entre los partidarios de esta tendencia servil. Dejo al lector la valoración de las siguientes palabras de Jorge de Armas, líder de la Cuban Americans for Engagement (CAFE), Think Tank que ha desarrollado la iniciativa de la oposición leal:
La nueva ley electoral debería certificar la imposibilidad de ser nominados para aquellos que apoyen o hayan apoyado el embargo/bloqueo (por lo menos en los últimos cinco años); las políticas foráneas de cambio de régimen que se avalan por la Ley Helms-Burton y las secuelas tristes del plattismo. Del mismo modo deben excluirse los patrocinadores de estrategias anti-normalización además de prohibir todo tipo de financiación gubernamental externa y limitar, incluso, los fondos privados y el espacio para su utilización […] a los plattistas debe acompañarlos siempre un estigma, para que nunca levanten cabeza[iii].
Resulta cuando menos curioso que otros corifeos de la oposición leal hayan estructurado sus propuestas nacionalistas revolucionarias nada menos que sobre la crítica de un supuesto espíritu de confrontación y aniquilación del otro (la elite política de la Isla) que observan en el movimiento opositor cubano. Me refiero al Think Tank de reciente creación reunido alrededor del proyecto Cuba Posible. Causa asombro ver como ─de la mano de Lenier González─ dicho proyecto se desentiende de lo que llama visión bipolar (revolucionarios/contrarrevolucionarios) de la política cubana y, al propio tiempo, la sustituye por la ideología de la confrontación (nacionalistas/plattistas): dentro del nacionalismo revolucionario, todo; contra el nacionalismo revolucionario, ningún derecho. Eso no quita que puedan declarar paladinamente cosas como esta: “Necesitamos construir instituciones que sean capaces de procesar el pluralismo”[iv].
Amén de nadar contra la corriente ─toda vez que la sociedad cubana de hoy es refractaria a la ideología nacionalista y, en cambio, mayoritariamente simpatizante de los Estados Unidos de America─ la versión opositora de los leales se me antoja falsa, excluyente, contradictoria, deshonesta y oportunista. Por otra parte, al margen de las palmarias contradicciones arriba señaladas, no se alcanza a comprender ―para solo citar un ejemplo de incoherencia― como se puede elevar el constructo que llaman plattismo a la condición de crimen de lesa política cuando se es totalmente indiferente y particularmente ciego ante la cadena de abusos, ejecuciones y represiones sistemáticas de un régimen que se asocia con los peores gobiernos del Planeta.
Por muchas justificaciones, piruetas y malabarismos verbales que han ensayado los partidarios de la oposición leal para apaciguar a la crítica, “leales” quiere decir, en ellos, leales al nacionalismo revolucionario marcadamente antinorteamericano. Y eso lo comparten 100% con el régimen castrista.
Para ir concluyendo, podría decirse ─con cierto tono lópez-leviano, pero con opuesta intención─ que la pregunta hoy ya no es si aceptamos o no el restablecimiento de las relaciones Cuba-USA sino cómo lidiar con ello, qué hacer para que la democracia sea la beneficiaria y, por extensión, los ciudadanos cubanos. El gobierno norteamericano ha comprendido que en el proceso de normalización debe velar por los intereses nacionales, pero que no debe poner a los mismos por delante de los intereses del pueblo cubano en materia de libertad y derechos. Toca ahora al gobierno de Cuba comprender que su pueblo va delante y el Partido Comunista detrás. Ya nadie en la Isla cree en el sofisma comunista-totalitario de que el Partido es la vanguardia organizada del pueblo ni de clase obrera alguna; ya no se sostiene la falacia de la identificación del Partido con “lo mejor” de la nación ni se tolera la postración de la muchedumbre ante unos principios vacíos. “Ahora empieza a comprenderse que lo moral no es la pobreza como fin ─y este es Hegel ¡caracterizando la época de la Reforma!─ sino el vivir de su trabajo y el sentirse contento con lo que así se crea y se obtiene”[v]. A juzgar por estas palabras, la Revolución marxista y nacionalista retrotrajo a Cuba al siglo XVI.
No son pocos los que declinan ─con argucias de todo tipo─ la propuesta de engrosar las filas del Partido y hasta los que, una vez dentro, renuncian a su condición de militante. Son muchos los jóvenes que se resisten a ser militantes de la UJC, cantera del PCC. La sociedad cubana ya no cabe en el Partido, ya no cabe en la Revolución. Porque también se ha comprendido en la Isla que el fin es la autonomía y la emancipación del individuo, no de la idea abstracta de Revolución (tras la que se ocultan los intereses de una dinastía); que la libertad solo compete y germina en el terreno de lo individual y que la soberanía nunca se verá amenazada por los valores democráticos del mundo occidental, al cual habría que integrarse, sino por la ideología de Estado que una vez nos sovietizara hasta el tuétano y hoy podría, entre otras igualmente nefastas opciones, rusificarnos.
En suma, un Partido único genera un modelo de sociedad monocromática, sin vida, en la que todos están unidos por una sola idea y el alcance ilusorio de un objetivo común. La naturaleza totalitaria del PCC es refractaria a la pluralidad y lo diverso. Es por eso que debe definirse con cuál espacio social se va a interactuar en el proceso de normalización: si con uno virtualmente emergente y multicolor, que puja en su intangible existencia por emanciparse, desideologizarse y salir del marasmo inducido o con ese otro gris y unidimensional en constreñimiento, compuesto no por ciudadanos libres, sino por leales y súbditos; por instituciones revolucionarias, marchas y movilizaciones constantes bajo la orientación del Partido único, cuyo objetivo supremo ─esencialmente inmovilista─ no ha sido otro que congelar la historia arrojando un velo sobre la inasible realidad que lo deslegitima a cada paso: Un SÍ a la consulta popular.
Miami, 25 de marzo, 2015
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