Colaboraciones/ Tajadas de aire y rebanadas de viento… comunista
Cubamatinal/ Nada como las masas fritas de una R acabadas de sacar de una sartén en el poligráfico de periódicos Granma.
Por Víctor Manuel Dominguez
La Habana, 28 de febrero /PD/ Me relamo de gusto con solo pensar en el sabor agridulce de una E a la plancha, tendida sobre olorosas hojas de V y sumergidas en un picante de O del Semanario Trabajadores.
Cuando pienso en un picadillo de L condimentado con U a gusto, y servido sobre ruedas de C a discreción, se me sale la baba y pienso en los que pasan hambre por no acudir a las ofertas del diario-restorán Juventud Rebelde.
Son increíbles las calorías que encierra un consomé de I bien caliente en la tasa gigante del Tribuna de La Habana, acompañado por unas rebanadas de O con salsa de N y limón, capaz de levantar un muerto.
Hay que ser un burgués de campeonato para no reconocer el nivel alimentario que contienen los ocho platos del manjar REVOLUCIÓN, confeccionados por el Chef Güevira, la Chef Lindrón y el maestro de cocina Paco Merte Cuesta.
Pero si a este manjar de los dioses revolucionarios le agregamos unas tortas de ideología en almíbar, un jugo de Mar(x)añón, y elegimos un café marca To-Mao para luego envolvernos en el humo de un puro Metralleta, no hay dudas de que somos los mejor alimentados de la tierra.
¡Qué carnes, viandas, granos, vegetales, hortalizas ni la cabeza de un guanajo!
Papel es lo que hay que comer. Llamamientos revueltos con teque, consignas en salmuera, acuerdos al pincho, trozos de memorándums refritos, discursos salteados y asambleas pasadas por agua.
La guerra declarada contra la gota, el colesterol, la obesidad y la avitaminosis en Cuba es sin cuartel, y sólo puede alcanzarse consumiendo las macrobióticas recetas de alimentos para revolucionarios.
Sin embargo, sé que muchos se quejan por el constante trajinar de alimentos en las pantallas del televisor. Hasta se atreven a decir que jamás los han visto sobre la mesa de la inmensa mayoría de los cubanos.
Pero si esos cientos de toneladas de langostas, camarones y pescados que arriban a puerto por los cuatro canales de la televisión, fueran llevados a las carnicerías ovíparas del país, los brotes de diarrea serían eternos e impagables en pastillas anticagantinas.
Es necesario comprender que la caza furtiva de mariscos, papas, frutas y vegetales por parte de turistas inescrupulosos, ha provocado que ni los boniatos asomen un bejuco en los huérfanos surcos de la patria.
Nadie puede dudar en que hasta las inofensivas yucas, el astringente plátano y los gaseosos aguacates, han sido secuestrados por OVNIS bolivarianos de los campos de Cuba.
Además, es preciso entender que los frijoles, el arroz, la papaya, el maíz y la piña, fueron sacados a punta de dólares del país por una red internacional de muertos de hambres extranjeros.
Y sobre todo, jamás pasar por alto que si los tomates sobrevivientes fueron convertidos en puré, las remolachas en jugo, y los pepinos encurtidos, es para cambiarlos por azúcar y sal a brasileños y guatemaltecos, respectivamente.
Es decir, los alimentos tradicionales del cubano no existen en la realidad, pero se pueden comer en las actas de las reuniones, en las pantallas del televisor y en las páginas de todos los diarios del país.
Y si hoy no aparece en la tierra baldía de la patria ni una semilla de calabaza, recuerden que hay un solo culpable: el bloqueo.
Así que no se lamenten más. Cuando tengan hambre, acudan a la papelería revolucionaria y se llenarán tanto que no podrán ni aplaudir la buena nueva de que los gajos de marabú saben a carne de res.
Sólo busquen, infórmense y tomen lo que quieran del menú Revolución a la carta. El suculento pastel de las páginas económicas de la revista Bohemia garantizará el atracón.
Eso se los aseguro yo, Nefasto “El dietista”.
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