viernes, 16 de julio de 2010

ESOS RAROS COMUNISTAS

PUBLICADO PARA HOY 17 DE JULIO


Por Tania Díaz Castro

Santa Fe, La Habana,(PD) Allá por la década del sesenta del siglo pasado un amigo me llevó en su auto a recorrer Santiago de Chile. Los suburbios y sus barrios aristocráticos. En uno de estos, nos detuvimos en dos ocasiones: ante la elegante mansión del poeta Pablo Neruda y en la del comunista Salvador Allende. Mi sorpresa no tenía límites y le solté a mi amigo aquella pregunta que aún puedo repetirla, sin duda alguna: ¿Dos comunistas ricos?

Pues sí -me respondió-, en el mundo hay comunistas ricos y además, con mentalidad burguesa.

¿Cómo asimilar la respuesta de mi amigo, si el marxismo sataniza a la burguesía?

Con el paso de los años he llegado a comprender mejor las palabras de aquel amigo.
Lo peor no eran las residencias. Podían haberlas heredados de los abuelos, sino que tuvieran una mentalidad burguesa.

En el caso de Neruda, ni siquiera lo salva la poesía.

A Salvador Allende (1908-1973) tampoco lo salva su trágica muerte durante la barbarie cometida por Pinochet en el Palacio de la Moneda.

Su jefe de escolta, el chileno Max Marambio, lo describe en su libro Las armas de ayer, publicado en Cuba en 2008, no como un marxista, sino como un socialista utópico: “Un hombre que no se sentía orgánicamente integrado a una clase a la que en realidad no pertenecía.”

En su libro, Marambio hace hincapié en la personalidad burguesa de Allende. “Al mirar, no sólo ladeaba la cabeza como un zorzal” -dice-, “sino que en el ambiente político de Chile se sentía como un caballo de raza metido en un potrero con un grupo de pingos”.

Comenta, con admiración sincera, cómo el comunista chileno gustaba de beber whisky después de las comidas gracias a los diplomáticos cubanos que lo abastecían, ya que en Chile era difícil conseguir esa bebida.

Narra Marambio que vestía siempre muy elegante, lo que era propio de los rezagos aristocráticos de su clase. Usaba ropas de marcas muy costosas, preferiblemente blancas, como por ejemplo, chaquetas tweed, suéteres Burberrys de alpaca, corbatas originales y pañuelos de seda china para el bolsillo superior de la chaqueta. Incluso gustaba de alfombras persas donde poner sus pies.

Para lograr las mejores combinaciones al vestir tenía a Gaby, una empleada que lo ayudaba mañana, tarde y noche y para completar su felicidad, como cualquier hombre moderno y liberal, tenía a Maria Contreras Bell (1928-1999), veinte años menor que él, muy bella y más conocida como La Payita, su secretaria y amante y la única persona que lo vio momentos antes de quitarse la vida en el Palacio de la Moneda.

Las residencias de María y Allende se comunicaban por un patio común, al que se ingresaba de forma misteriosa por una puerta ubicada en la esquina de las calles Jorge Isaac y Guardia Vieja.
Era, bien lo dicen sus biógrafos, un hombre de grandes virtudes y grandes defectos, tan enemigo de la violencia política, que muy probablemente nunca miró con buenos ojos que, bajo su corto mandato, la embajada cubana llegara a convertirse en un verdadero búnker, con un gran arsenal bélico y más de 119 personas, entre ellas, 43 miembros de las Tropas Especiales al mando del capitán Patricio de la Guardia.

Antes de quitarse la vida, Allende salvó de la muerte a La Payita, ordenándole que se marchara de La Moneda. Según cuentan, esta mujer le fue fiel hasta morir a los 74 años, en Chile.

vlamagre@yahoo.com

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