PUBLICADO PARA HOY 28 DE AGOSTO
Por Jorge Olivera Castillo
Habana Vieja, La Habana,(PD) La mayor parte de mis amigos o se han ido del país o tienen un pacto sagrado con las bebidas alcohólicas. Precisamente algunos ya han muerto tras un fulminante coma etílico.
La primera es una obsesión de carácter nacional. Debajo de las unanimidades, bullen los sueños de distanciarse, mental y geográficamente, del socialismo.
Respecto a la segunda modalidad de evasión, podría decirse que es en la actualidad un fenómeno que afecta a cientos de miles de ciudadanos. Beber alcohol, sin importar la calidad, a menudo preparado en fábricas artesanales por personas con una gran habilidad para sacar provecho de los altos niveles de demanda, se ha convertido en una práctica que incide en la elevación de los accidentes de tránsito, las broncas intravecinales, el aumento de la mendicidad, la desnutrición y la irreversible atrofia del intelecto, entre otras trágicas consecuencias. La peor noticia radica en que tales circunstancias no dejan de avanzar por todo el territorio nacional.
De un año a otro, es notable el aumento de personas que logran escapar a otras naciones a través de las más disímiles coartadas. Los más infortunados se suman a la tropa de alcohólicos, que como un gremio, se juntan en parques y portales de tiendas, a compartir los frutos amargos de la enajenación.
Estas realidades conforman parte de un paisaje desolador, presente en numerosos barrios y ciudades de la Ciudad de La Habana. El asunto no es privativo de la capital, pero es donde se contabilizan los mayores estragos sociales a causa de múltiples factores como la saturación poblacional, la depauperación de los servicios de primera necesidad y los ascendentes desequilibrios entre una mayoritaria pobreza cercana a la indigencia, junto a algunos núcleos familiares que marcan la diferencia gracias al recibo de remesas del exterior o el ejercicio de oscuros negocios a costa del robo en las empresas del estado.
Basta un breve recorrido visual por cualquiera de los segmentos de la calle Merced, ubicada en los límites de Habana Vieja, y donde resido hace más de 40 años, para medir la magnitud de un desastre que no cesa de agrandar su espacio y deja plena constancia de lo que se anunció como un honorable proyecto de gobierno y hoy no es más que una suma de hechos lamentables.
Hace tiempo que nadie se inmuta ante el vecino, listo a sacar su mascota al medio de la calle para que realice sus necesidades fisiológicas ni por el vertido hacia la vía pública de las aguas utilizadas en la limpieza de los hogares, un ritual dominical practicado por incontables mujeres que les importan un comino las reglas de urbanidad y otras regulaciones para mantener la higiene, el orden y la tranquilidad ciudadana.
La cifra de borrachos, prostitutas, cuatreros, indigentes y desequilibrados mentales, aumenta proporcionalmente a la crisis general que afecta a la nación cubana. Ninguno se esconde. Cada vez tienen mayor presencia en las calles.
Recientemente, a un amigo, mientras esperaba el ómnibus, un anciano en estado de embriaguez le partió la cabeza de un botellazo a boca de jarro.
Recuerdo hace pocos días la grotesca escena de una mujer de la tercera edad orinando, bajo los efectos del alcohol, apoyada en el pavimento con la palma de ambas manos y sus rodillas. Todo en pleno día y sobre la acera de una avenida atestada de transeúntes.
Lo sucedido la pasada semana en el parque Mariana Grajales, situado en la barriada del Vedado, todavía da vueltas en mi mente. A pocos metros de donde permanecía sentado junto a mi amigo y colega Víctor Domínguez , una mujer joven, bien vestida y sin rastros visibles de locura, introdujo una de sus manos por la zona delantera de su pantalón de mezclilla, se palpó con una calma despampanante el pubis y sus alrededores. Tras terminar la acción, procedió a deleitarse, llevándose a la nariz los dedos utilizados en la inmunda maniobra.
Temimos que nos fuera a tocar con la mano empleada en la extravagante función. Por suerte siguió de largo.
En las calles de La Habana hay que estar alertas. La enajenación le ha abierto el camino a muchos acontecimientos tristes y peligrosos.
oliverajorge75@yahoo.com
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