PUBLICADO PARA HOY 28 DE AGOSTO
Por Alvaro Yero
Mantilla, La Habana,(PD) Las conversaciones entre el Gobierno cubano y la Iglesia católica se han traducido hasta ahora en la excarcelación y destierro de varios presos de conciencia, el traslado de otros a cárceles próximas a sus lugares de origen y el cese del hostigamiento a las Damas de Blanco.
La reciente visita a La Habana de Dominique Mamberti, secretario Vaticano para las relaciones con los Estados, prueba el deseo de afianzar esta vía. La muerte de Orlando Zapata puso al Gobierno cubano en una difícil posición y, tras la resistencia inicial a las presiones internacionales, Raúl Castro necesitaba reafirmar un compromiso reformista hoy en gran parte desacreditado.
Lo cierto es que el régimen cubano podría haber adoptado por propia iniciativa las medidas acordadas en el marco de estas conversaciones con la Iglesia. Si ha preferido situarlas en el contexto de una negociación es porque, de este modo, obliga a que la comunidad internacional se abstenga de exigir y criticar durante el tiempo que duren de iniciativas políticas que puedan interferir con la mediación del Vaticano.
Los beneficios de estas conversaciones radican en la atenuación de las duras condiciones de vida de algunos de los presos políticos, algo que solo puede suscitar apoyo. Pero los límites se encuentran, en el hecho de que se trata de una iniciativa humanitaria, y esta no se ocupa de mecanismos políticos y jurídicos, de los que se vale el régimen para perseguir a la oposición.
El Vaticano es sin duda uno de los actores internacionales más capacitados para interceder por los presos políticos. El problema es que la posibilidad de un futuro distinto para Cuba se decide en la transformación del gobierno y su sistema político, no en la atenuación de sus atropellos.
Hasta ahora, el Gobierno cubano ha utilizado a los presos como parapeto y moneda de cambio frente a las presiones. Mientras obliga a la comunidad internacional a discutir sobre la situación de las cárceles, le impide abordar aspectos políticos sustanciales.
La escala para medir la evolución del régimen cubano no puede ser el número de presos políticos que libera, sino el desmantelamiento de los instrumentos que permiten encarcelarlos. Sería deseable que la Iglesia consiguiera vaciar las cárceles cubanas, pero, aun en ese caso, la evolución del castrismo estaría por empezar.
yerofelipe@gmail.com
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