viernes, 27 de agosto de 2010

TRAS UN BUEN EMPLEO

PUBLICADO PARA HOY 28 DE AGOSTO



Por Tania Díaz Castro


Santa Fe, La Habana,(PD) Mi vecina Dorina, bien pasada de peso, pero con unos ojos verdes preciosos, cuando nos sentamos en su portal, al caer la tarde, siempre me habla de lo mismo: la necesidad que tiene de arreglar su casa.

Es su tema favorito de conversación. De tanto que hemos hablado, conozco con lujo de detalles todo lo que necesita hacer para vivir como Dios manda.

En primer lugar, arreglar el baño. La ducha no funciona, el tragante del inodoro en ocasiones se tupe y ha tenido que levantar la taza más de diez veces. El lavamanos tiene que fijarlo mejor a la pared. Es un peligro. El plomero que se lo puso no supo hacer bien el trabajo.

Las ventanas estilo “Miami”, hechas de aluminio, un pésimo invento socialista, no cierran herméticamente y cuando llueve hay que correr muebles y camas para que no se mojen. La cocina es un verdadero desastre. Me explica Dorina, con tremenda angustia en sus ojazos verdes, que tiene que tumbar la meseta, porque ya no da más y poner un fregadero nuevo, de esos esmaltados que venden en las tiendas recaudadoras de divisas a casi treinta pesos cuc.

Pero además, mira su car-porch y parece como si fuera a llorar. Hay que ponerle un techo que tenga vergüenza.

-Y para qué un techo, le digo, si no tienes auto.

-Algún día podré tenerlo- responde.

Luego sigue con su letanía de arreglar la casa, construida con bajo costo por el gobierno hace apenas cinco años. Aún así, hay problemas de filtración en los techos y en el piso que rodea el motor de agua en el patio.

Le pregunto a mi vecina cuánto necesitaría para arreglarlo todo y abre sus grandes ojos verdes y no sabe qué responderme. Miles de pesos, me dice al fin.

Pero ni el salario de ella, junto con el del marido, puede resolver el problema. Sólo sirven para comprar comida en las shoppings estatales y sobre todo en bolsa negra, donde todo es más barato.

A veces trato de no sentarme a conversar con Dorina. Me cansa hablar siempre de lo mismo y que al final me diga que se va a morir sin poder arreglar su casa. Pero anoche, cuando la visité, la encontré optimista. Tenía otra cara, como de fiesta, y sus ojos verdes brillaban como cocuyos en la oscuridad.

-Tengo la solución -me dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Luego comenzó a contarme sus planes. Como labora en una dependencia del Ministerio de Salud Pública, llenó una planilla de cooperante para trabajar como civil en Venezuela.

-¿Venezuela?- pregunté sorprendida.

-Como lo oyes, Venezuela. Me voy de internacionalista. Sólo así podré arreglar mi casa y traer un televisor, una batidora, una secadora de pelo, un micro wave para calentar la comida y muchas otras cosas más, tan necesarias para vivir. ¿Qué te parece, mi amiga?

vlamagre@yahoo.com

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