domingo, 23 de enero de 2011

De cuando quisieron hacer de Cuba un mamut siberiano




Escrito por Luis Cino Álvarez


Arroyo Naranjo, La Habana, 24 de enero de 2011


(PD) Nunca acabaré de entender las paradojas del academicismo liberal posmoderno que basado en cánones inescrutables, decide de modo inapelable qué es o no una obra maestra.

Que alguien me explique y logre convencerme por qué Soy Cuba, dirigida por Mijail Kalatazov, la única coproducción del ICAIC y Mosfilm, es un clásico de la cinematografía mundial.

A mediados de los años 90, los directores Francis Ford Coppola y Martin Scorcese la redescubrieron entre el polvo de los archivos de Mosfilm. Impresionados por su calidad técnica, transportaron la momia a Estados Unidos y la catalogaron como una obra maestra.

La fama de Soy Cuba, 30 años después de su fracaso y más de 20 después de la muerte de Kalatazov, se debió, más que a su controvertida estética, a una mezcla de snobismo, desconocimiento y oportunismo político. Fue la imagen de Cuba que querían ver ciertos medios intelectuales liberales norteamericanos para adelanto de sus agendas políticas y alivio de sus remordimientos.

A finales de 1962, fresca aún la Crisis de los Misiles, un equipo de realización soviético, encabezado por el director Mijail Kalatazov viajó a La Habana para rodar una película sobre la realidad cubana. Para ello, Kalatazov contó con la colaboración como guionistas del poeta Evgueni Evstuchenko y del realizador cubano Enrique Pineda
Barnet. Pero cuentan -y es evidente que fue así- que los camaradas soviéticos vinieron con ideas preconcebidas y no escucharon muchos consejos de los cubanos.

La filmación duró un año y dos meses. Fue uno de los rodajes más largos de la historia. El resultado fue una impostura, un engendro artificial y esperpéntico. No podía salir otra cosa de una relación contra natura con la Guerra Fría como telón de fondo.

Con excesivo utopismo revolucionario, que no lograba esconder la visión colonialista al estilo soviética, Cuba era presentada como habitada por valerosos milicianos y macheteros, buenos salvajes que, entre danzas y cantos exóticos, palmas y cañaverales, y siempre amenazados por el imperialismo yanqui, construían la sociedad comunista.

Tal imagen no agradó ni siquiera a los comisarios culturales cubanos, que se apresuraron a declarar que esa no era Cuba. Es una de las pocas cosas en la que han tenido razón. No hay dudas: aquella costosa coproducción cubano-soviética fracasó por la única razón de que no era para nada real.

Hace varios días he vuelto a ver Soy Cuba. La pasaron en un programa televisivo dominical dedicado al cine cubano. Pensé que la madurez y tanto cine visto en los años transcurridos desde que la vi por primera y única vez me permitirían explicarme el por qué de la fascinación de Ford Coppola, Scorcese, otros pejes hollywoodenses y los académicos liberales que todavía siguen testarudamente fascinados por la revolución de Fidel Castro.

Pero ni modo. Ahora Soy Cuba me pareció todavía peor que la primera vez que la vi.
Y eso es mucho decir. Una excelente fotografía y otras mañas cinematográficas mal encausadas de ningún modo hacen una buena película. De ello, abundan por ahí los ejemplos.

Le doy un consejo. Si ama el cine, olvide las listas de las mejores películas del siglo XX y vea las que se le antojen. Así de fácil. Pero si insiste en la lista de los críticos, de ningún modo haga caso de un raro mamut siberiano de pelambre roja y colmillos cariados, mal congelado, enfardelado con viejas hojas de Pravda (Granma no existía aun en 1964, ni siquiera existía el PCC), que vaga despistado por un jardín jurásico del Caribe. Lo más probable es que cuando se recupere del asombro y vuelva a mirar, el mamut ya no esté allí.

luicino2004@yahoo.com

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