lunes, 31 de diciembre de 2012


Julio Antonio Aleaga Pesant
reguetonerosCuba actualidad, El Vedado, La Habana, (PD) A los que nacimos al principio del gobierno de la familia Castro nos prohibieron la música en inglés - los inofensivos Roberto Carlos, José Feliciano y Julio Iglesias, también fueron tapiados en los sonidos públicos insulares-, acercanos a Dios, a lo mejor de la literatura cubana y occidental.
Debimos leer libros prohibidos y oír las emisoras americanas ocultos de padres y profesores, para conocer de arte, espíritu y política, durante los mejores años de la adolescencia...Esos son recuerdos compartidos por todos los de nuestra generación.
Vivimos otra era de censura. Ahora, el presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión nos amenaza con otra ronda de límites musicales. Al grito de ¡Censura!, autores y piezas serán enviadas al olvido de manera más discreta, pero igual de represiva que la quema de libros de otros regímenes autoritarios,
Coincido con los censores en que la mayoría de las letras de reguetón, son marginales, periféricas, de mal gusto, exacerban la violencia y acusan una proverbial misoginia, además de pobreza instrumental y vocal. Pero el derecho a hacerla, producirla y consumirla es de cada ciudadano. Por que como dice el viejo proverbio castellano: "cuando se cierra la puerta a la mentira, hasta la verdad puede quedar fuera".
El gobierno comunista no es el único que combate la exacerbación de la violencia en la música. Recientemente el gobierno federal mexicano prohibió la transmisión pública de los denominados narco-corridos. El corrido es un tipo de canción del México mestizo del siglo XIX que se transformó a principios del siglo XXI, en la forma de contar las leyendas de los narcotraficantes mexicanos: de ahí lo de narco-corrido.
Como demuestran la historia y la práctica, la cultura marginal y periférica no dejará de existir por decreto, sino que buscará ghettos, donde enraizarse y extrapolarse. Más tarde esos ghettos se convertirán en lugares de culto para sus admiradores.
En el caso cubano con el deplorable reguetón ocurre además que la "democratización" de los medios tecnológicos para promover la música es otra de las formas del asedio de la vulgaridad al ciudadano. Choferes de los autobuses interprovinciales y urbanos, autos de alquiler, almendrones, centros gastronómicos y tiendas, cualquiera con una bocina y un mp3, pero sobre todo con un gran miedo al silencio, agreden al tímpano exigente. Y no hay quien establezca los mínimos sociales, en un estado tan represivo que está a punto de desaparecer. Recuerdese que tampoco se les impone fronteras a la corrupción, al desorden urbano, al cólera, al sálvese quien pueda y al egoísmo promovido desde el gobierno.
Si fuera por la vulgaridad, la promoción de la violencia y el mal gusto, no solo debieran censurar al regueton. También debiera caer la timba, la música de David Calzado y la Charanga Habanera, Baby Lores y el innombrable del Chupi Chupi. Pero ese no es el camino.
Hace más de tres años, cuando aún estaba abierto el Teatro Auditórium Amadeo Roldan, una viejecita con voz temblorosa recriminó a un padre por llevar a sus hijos menores de siete años a oír las piezas de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), bajo la dirección del maestro Pérez Mesa. El padre sin inmutarse respondió: Señora, el problema es que allá fuera, en la calle, les espera el reguetón.
Para Cuba actualidad: aleagapesant@yahoo.es
Reguetoneros

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