martes, 5 de febrero de 2013


medicCuba actualidad, Lawton, La Habana, (PD) En Cuba existe un gran control sobre los medicamentos. Hasta la aspirina, durante una temporada de agudas restricciones, fue expendida bajo receta médica.
Dicho así puede, con justicia, sonar equitativo e incluso saludable en lo que concierne a que estos medicamentos difícilmente caerán en manos inescrupulosas que les den un uso inadecuado, como estimular el consumo de estupefacientes, o hacer su agosto compitiendo con las farmacias.
Entonces recuerdo -¡no sé por qué!- el viejo refrán taíno: "Cuando tocororo canta, indiecito muere". No será verdad, pero sucede.
No voy a hablar, sin embargo, de si algún anciano jubilado, sin familia en el extranjero, logra conseguir de trasmano algunos tubos de vaposán o varios rollos de esparadrapo, para aumentar la insuficiente canasta básica garantizada por la incólume libreta de racionamiento, en proceso de extinción, ni de algún hampón que expenda dexartedrón o parkisonil a pepillos sin suficiente dinero para algo más fuerte.
No acusaré a la hipertensión de ser responsable de muchas muertes a escala mundial. Sólo diré que, una vez que un paciente ha logrado normalizar su tensión arterial mediante un plan médico, la regularización de su estilo de vida y el rigor con que toma sus medicamentos, dejar de tomar las pastillas conscientemente es algo así como un suicidio.
Asimismo, descuidar tareas en la cadena de actividades que tienen que ver con la producción, transporte, distribución o aseguramiento logístico para que tales medicinas lleguen oportunamente al paciente, es también algo que conspira contra la vida de éste, pues por lo general la tensión arterial puede llegar hasta cotas superiores a las alcanzadas antes de comenzar el plan, con toda la gravedad que esto acarrea.
Voy a hablar de mi realidad, de mi experiencia personal, de lo que me consta porque lo acabo de vivir, junto a otras personas que continúan viviéndolo. Y voy a hablar de eso porque es cierto, y alarmante hasta límites tan dramáticos, que si uno quisiera darle rienda suelta a la imaginación, ahora que están en onda las teorías conspirativas, podría pensarse hasta en genocidio imperfecto o no premeditado, pero crimen al fin, con exageración y todo.
En Cuba, aquellos que requieren tomar de por vida determinados medicamentos, como es el caso de los hipertensos, los diabéticos, etcétera, reciben, certificado médico mediante, una tarjeta (o "tarjetón") donde se anotan mensualmente las entregas en la farmacia.
Recuerdo que en diciembre de 2011, para hacer válida mi tarjeta en el 2012, tuve que ir a la posta médica que me corresponde a recoger el nuevo certificado para entregarlo en la farmacia, pero... ¡no había certificados! Luego de varias llamadas a otras postas médicas, tuve que ir a buscar tres o cuatro que el galeno de otra posta iba a compartir con la de mi localidad, pues los certificados ¡estaban escasos! Y resolví el problema.
Este año, me dispuse a cumplir el mismo ritual, pero... no había médico. O sí, había, pero no asistió a la consulta. Eso puede ser normal cuando la noche antes ha estado de guardia, pero al menos en Lawton, donde vivo, hay una posta médica casi cada dos o tres cuadras. Para no cansarlos en la lectura, visité ocho, sólo había médicos en tres, pero ninguno tenía certificados en blanco.
Por la dinámica diaria de la vida -que si el fin de semana las postas no abren, que si los días festivos de fin de año nadie está para papeleos, que luego vienen los días feriados- entramos en el año 2013 sin pastillas que tomar. Pero bueno, ya el día 3 se comenzaba a trabajar en todo el país... ¡Y a la misma historia! Las postas médicas cerradas, en las pocas abiertas, los médicos no tienen certificados en blanco, y uno comienza a sentir cierta amenaza, algo así como una paranoia, como si un poder diabólico urdiera alevosamente un plan macabro en nuestra contra, como suele decirse para expresar la franca impunidad: ¡A la cara!
Me dirigí a la farmacia donde está registrado mi tarjetón para ver si era posible que me vendieran las medicinas de enero pues llevaba tres días sin tomarlas (enalapril e hidroclorotiazide) hasta que se normalizara lógicamente en unos días la situación. Negativa total. Nuestros empleados son absolutamente disciplinados y fieles a las directivas y ¡claro!, si alguien muriera por eso ¡no es su culpa!
Y me fui a la policlínica de mi circunscripción. La persona a cargo de la dirección central no se encontraba presente a las nueve y media de la mañana, pero eso no es extraño, puede ser hasta... ¡normal! Después de la exposición de mi caso, la respuesta de las cuatro mujeres presentes, trabajadoras de oficina del centro, no fue de alarma: "¡Ah, sí! En todo el municipio no hay modelos de certificados médicos. ¡Pero hace un año que es así!" A lo que les pregunté: "Bueno, y... ¿a cuántos han fusilado, o cuántos están presos? Porque alguien debe cobrar un sueldo por hacer esos modelos, otro para que haya el papel necesario, en fin... Y de esos certificados depende que mucha gente continúe viva."
Por esas casualidades de la vida, allí se encontraba alguien que quiso solidarizarse conmigo porque me conoce. Me dio un modelo -el último que quedaba, según me dijo, y le creo pues buscó en varias gavetas y sacó el documento del fondo de una de ellas- y así resolví mi problema. Además, me enteré de que las órdenes de dietas para enfermos y ancianos también estaban en falta.
Cuando niño, me gustaba ver las caricaturas de Bohemia, que generalmente llevaban al pie un texto explicando el chiste, aunque siempre aparecía alguna que decía "Sin palabras". Esta historia me ha recordado esa frase.
Para Cuba actualidad: edwacor@gmail.com

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