Chorro de plomo
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -El tipo nos cayó pesado desde la primera vez que lo vimos. No sólo por su repelente barriga (aquí los barrigones resultan repelentes, quizá porque todos los jefes son barrigones), o por su voz aflautada, que no le armoniza con el físico, un rasgo propio de las personas sin clase. También, y sobre todo, por la forma en que discursea, con el estilo de los dirigentes del decenio gris, utilizando incluso su misma jerga y ese énfasis tan falso que desmiente a priori todo cuanto dicen. Los frívolos de la prensa empezaron a llamarle “El Zar de las reformas económicas”, pero para la gente de a pie nunca ha dejado de ser otro panzudo pancista que ni pincha ni corta y que, para colmo, posee uno de los defectos que más nos cuesta perdonar en las figuras públicas: la falta de gracia.
Gota que vino a colmar la copa fue su discurso en la Asamblea Nacional, a principios de julio, donde se dio gusto regurgitando en torno a la actualización del modelo económico cubano, algo que nadie sabe aún en qué consiste, aunque se sospecha que tal vez sea como conservar en carburo un aguacate podrido.
Zar o zarandaja, da lo mismo como le llamemos, porque al final no es sino otro muñeco del ventrílocuo. Marino Murillo habló hasta por los codos (para los diputados, para algún que otro jefe, y para la prensa internacional, pues nadie más le presta atención en estos lares), detallando las virtudes de la empresa estatal socialista. En fin, más de lo mismo. Así que en nada hubiese mejorado o empeorado su imagen hacia adentro, si no llega a ocurrírsele, casi a última hora, alebrestar a la manada de los inspectores y los policías para que otra vez se lanzaran en pos de los cuentapropistas. Con este traspié ha conseguido encabezar la lista de los dirigentes del régimen que más odia la población cubana. El zar de plomo podrían llamarle a partir de ahora los frívolos de la prensa.
Al día siguiente de su discurso, muchos de los sitios donde han concentrado a los merolicos –para que estén a mano de un tirón-, fueron tomados por asalto, literalmente. Por ejemplo, en La Copa (42 y Primera, en el municipio Playa), uno de los principales y más concurridos, desembarcaron gendarmes e inspectores a primera hora y establecieron un cerco del cual no se podía salir. Su objetivo: decomisar sin contemplaciones todas las piezas y accesorios de plomería que estuviesen en venta, sin que importase que sus comercializadores presentaran documentos justificando la adquisición en forma legal.
En el concentrado cuentapropista de Cinco Palmas, en La Lisa, sucedió otro tanto. De más está decir que ni en estos sitios, ni en ninguno de los muchos otros que fueron allanados aquel día por las fuerzas represivas de La Habana, los imputados contaron con el elemental derecho humano de ser inocentes mientras no se compruebe lo contrario. De nada les valió presentar facturas y papeles.Se les despojó violentamente de sus pertenencias, y sin la posibilidad de reclamo.
Aburre ya repetir la misma cantaleta de que han creado un sistema de comercio particular poniendo cuidado en no garantizarles una infraestructura, con lo cual los mantienen siempre a su merced, para cada vez que necesiten acusarlos de adquirir sus productos ilegalmente. Sin embargo, en esta ocasión, ni siquiera acudieron a la mañuela de inculpar sólo a los que no pudiesen probar su inocencia.
Caso lastimoso donde los haya es la cancelación de las licencias de un numeroso grupo de merolicos (ancianos en amplia mayoría) que se dedicaban a vender legalmente viejas piezas de plomería: tuercas, tornillos, pedazos de tubos, flotantes, zapatillas… que recogían en los basureros, o elaboraban en forma rústica, pero que dados sus bajos precios, a tono con las necesidades y los escasos recursos económicos de la gente, resultaban de gran demanda para remediar problemas domésticos. El zar de plomo los ha dejado sin la única comida caliente (de chícharos con alguna que otra croqueta) que ingerían al día.
No en balde se encuentra hoy en la punta de la ola en lo que a repulsión popular se refiere. Total, a fin de cuenta, él no es menos tuerca oxidada que las que vendían los merolicos, con la diferencia de que aquellas nos servían para algo.
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