LUNES, 16 DE DICIEMBRE DE 2013 00:43
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Cuba actualidad, Matanzas, (PD) Ubicada su trama en aquel famoso y triste éxodo en el que miles de cubanos emprendieron el peligroso viaje hacia las costas de los Estados Unidos, "El verano en que Dios dormía", escrito por Ángel Santiesteban Prats y publicado por una editorial checoslovaca, es un libro triste aunque de cierta manera esperanzador.
Sus personajes, alumbrados por esa nebulosa llamada esperanza, luchan y sueñan, sin poder soslayar lo que dejaron atrás. Lamentan haber abandonado a sus familias, no haber podido construir sus ilusiones a causa de un sistema político que ya nada les decía, porque no fue como desearon en sus sueños.
Como a cualquier ciudadano, la realidad los azota y les destruye eso llamado ilusión. Los dirigentes políticos que prometieron mucho y poco cumplieron, los convirtieron en una masa amorfa ya descolorida por las mismas circunstancias cada día más angustiosas, donde la opinión personal de cada cual poco vale, muñecos de un grande y triste guiñol.
Santiesteban Prats no se conforma con su medio y lo transmite en sus personajes desarraigados, frustrados, sin otra alternativa que tomar una lancha, un bote, un salvavidas, cualquier cosa que flote y cruzar el estrecho de la Florida, al anárquico compás de una sinfonía producida por el oleaje torturador, llevando a cuestas también sueños de cómo deseaban ser, a costa del dolor de abandonar a sus seres queridos que quedarán con el sufrimiento de no saber si llegaron o si quedaron para siempre en el fondo del estrecho, como tantas veces ha sucedido.
Pero estos balseros no iban solo sumidos en las ansias de sus sueños personales. El personaje principal siente a su lado la presencia de nuestro Apóstol, José Martí. Habla con él en un silencio cómplice, en medio de la noche o bajo el sol implacable que achicharra a cualquiera aun en alta mar.
¿Y por qué esta presencia que lo acompaña? Quizás sea porque nuestro Apóstol no ha muerto. Yace en cada cubano. Guía las conciencias de los que no se rinden, contra las mentiras y falsedades de quienes lo usan como estandarte.
Santiesteban debió de tachar sin contemplación algunas partes, no sin dolor, para mantener el ritmo de la travesía, de los razonamientos y las deducciones -por cierto más ágiles cuando fueron llevados a la base de Guantánamo como primer paso para al fin pisar la tierra norteamericana. Esto, por supuesto, es una apreciación del que escribe esta crítica, aunque otros que la han leído tienen más o menos la misma opinión.
Como sea, agradecemos a Ángel Santiesteban Prats esta novela suya, ya que el tema que tocó es casi como un tatuaje sobre un capítulo de nuestra realidad que las autoridades tratan por todos los medios de silenciar, como si no hubiera ocurrido, como si Dios (que dicen dormía), no llorara en silencio ante semejante acción.