viernes, 30 de abril de 2010

¿QUE HACER CON LA PELOTA?

Por Leonardo Calvo Cárdenas

Boyeros, La Habana, 29 de abril de 2010, (PD) Como todas las cosas que a través de nuestra historia caracterizaron y enorgullecieron a la nación ─la industria azucarera, la producción agrícola, la ganadería, la música, la arquitectura, el boxeo, el ballet clásico─ el béisbol también se deteriora y deprecia.

Pasión de casi todos los cubanos desde la segunda mitad del siglo XIX en que se convirtió en símbolo de identidad anticolonial, la pelota, como se conoce aquí, ha entregado varias estrellas de primer orden ─José de la Caridad Méndez, Adolfo Luque, Martín Dihigo, Orestes Miñoso, Luís Tiant, Tony Oliva, Tany Pérez, José Canseco, Rafael Palmeiro, Livan y el “Duke” Hernández─ al firmamento beisbolero internacional.

El béisbol cubano enfrentó en los umbrales de la década de los sesenta lo que parecía sería el reto más alto de su historia: sobrevivir con buena salud y altas motivaciones la eliminación de la popular Liga Profesional Cubana. Gracias al entusiasmo y fe de los aficionados henchidos de esperanzas, al talento y a la entrega que derrocharon los atletas, la pelota se mantuvo como el principal espectáculo nacional


Durante varias décadas, gracias al concurso de las estrellas del llamado béisbol revolucionario, conservamos la supremacía en el escenario amateur internacional, mientras los mejores jugadores de las otras potencias mundiales pasaban a los siempre lucrativos circuitos profesionales.

Una larga saga de victorias ─fáciles, espectaculares o reñidas─ alimentaron la siempre inflada vanidad nacional para convencernos de que en la pelota éramos también los mejores.

Con los años noventa muchas cosas comenzaron a cambiar en el mundo y en Cuba, el béisbol no fue una excepción. Con los nuevos tiempos, se cruzaron los caminos, o lo que es lo mismo, muchos jugadores cubanos decidieron arriesgarlo todo para probar suerte, con más o menos éxito, en el béisbol profesional y los peloteros rentados comenzaron a participar en los eventos oficiales de la Federación Internacional.

El siglo XXI sorprende al béisbol cubano con un escenario nuevo y complejo. En el ámbito internacional, adversarios mucho más difíciles. En el patio, estrellas que por imperativo del tiempo o sus intereses, han marchado a sus casas o al exilio sin encontrar sustitutos al mismo nivel.

La pelota cubana padece una crisis generalizada. Hacia fuera, sufre de una sequía de títulos en eventos de primer orden a todos los niveles que ya rebasa los tres años. Hacia adentro, la mermada calidad del espectáculo ha hecho decaer el interés de los aficionados. Los estadios vacíos constituyeron un triste y recurrente espectáculo durante el torneo elite del pasatiempo nacional.

Ya no somos “invencibles” en la arena internacional y lo que ha sido siempre pasión de multitudes sólo arrastra al público en las finalísimas del torneo nacional, en las cuales se manifiesta una enconada rivalidad en pos del título por parte de los conjuntos de mejor actuación en la temporada regular.

Tal vez por constituir un tradicional símbolo de autoestima nacional y por nuestro temperamento poco autocrítico, ha sido muy difícil para las autoridades políticas y deportivas ─que son las mismas por cierto─ y los aficionados cubanos aceptar el hecho innegable de que ya la pelota no es lo mismo en Cuba.

Las cada vez más visibles lagunas y carencias hacen necesario un análisis profundo de las causas y circunstancias del actual retraso y sobre todo la valentía política que es precisa para emprender las transformaciones estructurales y conceptuales que devuelvan vida y esplendor a nuestro principal espectáculo deportivo


Lo primero es dejar de especular sentimentalmente con la falsa supremacía de épocas pretéritas y aceptar que la racha sin precedentes de casi una veintena de campeonatos mundiales ganados fue el resultado de una ventaja circunstancial y nunca el reflejo de una real correlación de fuerzas.

Debemos aceptar que en el béisbol, como en todos los demás deportes, existe una élite que comparte la supremacía de acuerdo a lo que cada contendiente pueda demostrar en el terreno de juego en el momento preciso.

Para seguir perteneciendo a esa élite y hacer honor a nuestras tradiciones se hace imprescindible romper con los retrógrados esquemas que separan a los peloteros cubanos del fogueo y la experiencia que reportan la participación en las mejores ligas del mundo y sobre todo, dejar de tratar como traidores a los que se atreven a buscar en otras latitudes las oportunidades de desarrollo y éxito que el empecinamiento monopolista y manipulador del gobierno cubano les impiden lograr en su tierra.

Varias cosas importantes han demostrado la celebración de los Clásicos Mundiales de Béisbol (2006 y 2009). Destaca la evidente distancia que separa a los peloteros cubanos de los avances técnico-tácticos que conoce el centenario juego en la actualidad. Se ha hecho más que evidente en las últimas confrontaciones que con talento y entrega no basta. Por otra parte todos hemos podido comprobar que es posible ser a la vez estrella de las Grandes Ligas, multimillonario y orgulloso defensor de los colores nacionales.

La vida ha demostrado que a los gobernantes cubanos les cuesta mucho trabajo reconocer sus deficiencias y cambiar lo que debe ser cambiado, por eso es difícil imaginar que se atrevan a impulsar las transformaciones que eliminen los retrasos estructurales que hacen tanto daño a la calidad del popular deporte, pero que tienen profunda implicación en los mecanismos de control y manipulación política que caracterizan al sistema.

No parece probable que las autoridades cubanas se atrevan a terminar con el fatalista esquema de igualitarismo regionalista para establecer una estructura que garantice calidad y motivación. En ningún país del mundo todas las localidades cuentan con equipos en la primera división de deporte alguno.

El gobierno cubano debe reconocer con orgullo y respeto la ejecutoria y los éxitos de los atletas cubanos en otras latitudes y abrirles las puertas del país sin condicionamientos ni manipulaciones políticas, además de posibilitar la participación de los jugadores en ligas de verano que poseen innegable calidad como las de Japón, Corea del Sur y México. Estas medidas, junto a la búsqueda de mecanismos para mejorar, y mucho, el estimulo y la remuneración material de los atletas, constituyen la clave de garantía para lograr que la calidad de la pelota cubana no se pierda totalmente.

Cada día queda más claro que el reto actual que enfrenta el béisbol cubano es mucho más complejo y determinante que aquel que asumió hace cincuenta años. La disyuntiva urgente radica en cambiar para avanzar y renovar sus grandezas o hundirse en un abismo que convierta sus glorias solo en recuerdo de un pasado cada vez más lejano.

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