sábado, 27 de noviembre de 2010

MIEDO A LOS AVIONES


Por Tania Díaz Castro


Santa Fe, La Habana, 28 de noviembre de 2010, (PD) Algunas mañanas, antes de las ocho, escucho el rugido del motor de una avioneta a punto de despegar y siento un miedo horrible. Luego emprende vuelo y pasa casi rozando los techos de las casas donde vivo. Entonces es que puedo respirar.

A varias cuadras de mi casa, en el poblado de Santa Fe, se encuentra el aeropuerto de las avionetas AN-2, de procedencia soviética.

Desde hace tres años, cuando me mudé a este placentero pueblo del oeste habanero, comencé a sentir una gran preocupación al verlas volar a tan poca distancia de las casas, casi al alcance de la mano. Alguien me dijo que no me preocupara, que ninguna se ha caído, pero mi miedo no dejó de avisarme ante un peligro real.

Estas avionetas, ya obsoletas, que se ven a pedazos en el aeropuerto de la calle 7ma y 286, se fabricaron por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial, y finalizó su producción treinta años después.

Su esqueleto es de aluminio, muy ligero y sus alas son de tela con pegamento.
En Cuba sirvieron para varias tareas: distribuir la prensa, fumigar cultivos, realizar prácticas de paracaidismo y viajes interprovinciales de funcionarios estatales.

Si aún vuelan los AN-2, según dicen, pues la URSS no fabrica sus piezas hace más de cuarenta años, es por la excelente inventiva de los técnicos cubanos que se empeñan en hacer que vuelen como el primer día que llegaron al país.

Pero aún así, como siempre he sentido miedo a los aviones, sean grandes o pequeños, no puedo evitar que se me caiga la cuchara de las manos cuando siento su fuerte rugido en la mañana. Razones tengo.

Hace exactamente cuarenta y dos años me sentí forzada a viajar en una de estas avionetas, una Antonov, también soviética y de un solo motor. Entrevistaba para la Revista Bohemia a Magaly Castro, una joven de 18 años que se había graduado como piloto por esos días. El reportaje se llamó La primera aviadora de la Revolución.

El fotógrafo y yo fuimos invitados a viajar con aquella jovencita y muertos de miedo no nos quedó otro remedio que subir a bordo con ella. Sobrevolamos toda la capital y el litoral habanero. Casi rozamos el Morro y la Cabaña. Cuando regresábamos a la Unidad Militar, nos dijo muy risueña:

-Estas avionetas son muy seguras, pero tienen un gran defecto: su motor pesa demasiado. Es por eso que el único riesgo que corren es que tienden a irse de cabeza en el aterrizaje, hasta detenerse con la cola hacia arriba.

-¿Y cómo se controla eso? –pregunté ocultando mi nerviosismo.

-Es difícil, pero no imposible. En ese caso un buen piloto tiene que controlar la nave con fuerza y habilidad, igual como hacen en el rodeo con el toro: cogerlo por los cuernos hasta dominarlo.

Observé las manitas de niña de preescolar de Magaly aferradas a aquel tosco e imponente timón bolchevique y se me puso la carne de gallina. Estaba casi segura de que aquel iba a ser el último día de mi vida.

vlamagre@yahoo.com

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