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Por Jorge Luís González Suárez
El Cerro, La Habana, 21 de noviembre de 2010, (PD) Cuando era niño, se convertía en una fiesta para mí oír que mamá dijese: “mañana vamos a salir de compras”.
Esta actividad se planificaba. No existía nada improvisado, aunque todo fuera espontáneo. Podía tratarse de los suministros básicos de la comida o salir de tiendas.
El día señalado partíamos bien temprano hacia el “almacén de víveres y licores” preferido, pues había donde escoger. Mi madre llevaba siempre un listado hecho con anterioridad para evitar olvidar algo necesario.
Recuerdo que íbamos a un almacén situado en la calle Monte, cerca de la plaza de los Cuatro Caminos. Creo era este propiedad de españoles o descendientes, aunque existían los de chinos, muy económicos también.
El primer producto de imprescindible adquisición para la dieta cubana era el arroz. Se compraba por sacos pequeños de 25 libras, que costaban alrededor de $ 5.25 en esos momentos.
Todos los tipos de arroces eran de calidad y limpios de impurezas. Había varias firmas famosas como “Jon Chi”, con su lema “Chi que crece, Chi que desgrana, Chi que le va a gustar”. Sin embargo, en mi casa se prefería uno nombrado “El Gallo”, anunciado en la TV por Pumarejo.
Los chorizos eran otra de las cosas que nunca faltaban en el pedido. Los de “El Miño”, elaborados aquí con materia prima española, tenían la supremacía. La mantequilla venía en latas redondas y su procedencia era holandesa. A todo esto se agregaban frijoles negros, colorados, azúcar, almidón, vino seco El Mundo, etc.
Las conservas eran variadas: latas de sardinas en aceite o tomate, coctel de frutas “Libbys”, melocotones o peras en almíbar. Se agregaba coco rallado y casquitos de guayaba de dulces “Felices”. La sal se daba de contra y hasta algunos caramelos “rompe quijadas” entraban en el asunto.
Resulta interesante aclarar que casi nunca había que esperar mucho por la atención. Siempre estaba disponible un dependiente respetuoso, amable y con buen carácter dispuesto a complacer cualquier exigencia.
El precio que importaba esta factura mensual, con más de 25 productos, oscilaba sobre los $ 30.00 promedio. El establecimiento se encargaba de enviarlo a domicilio sin costo adicional y en menos de dos horas se recibía en nuestra puerta.
Los alimentos frescos se procuraban en la carnicería, propiedad de cubanos, el puesto de viandas y frutas y los comestibles del diario en la bodega de la esquina. Todos estos lugares se hallaban en la misma cuadra de mi edificio.
La aventura más fascinante era ir de tiendas para conseguir el aseo personal y demás necesidades hogareñas. El lugar escogido, cerca del almacén ya mencionado, fue siempre, sin lugar a dudas, “La Casa de las Liquidaciones”. Esta se identificaba popularmente como “La Casa de los Tres Quilos”.
Mi sitio favorito lo constituía este comercio. Entre las adquisiciones estaba algún juguete que fluctuaba entre 60 y 80 centavos. Me contentaba con el pobre regalo y si se negaban, me convencían sin que hubiera ninguna protesta de mi parte.
La costumbre era, antes de ir de tiendas, salir a caminar de noche para hacer el recorrido y ver las vidrieras donde se exponían todo tipo de objetos, lo cual permitía una previa selección. Cuando se iba a efectuar la compra se decía que se hacía “a tiro hecho”.
La ropa y los zapatos se conseguían dirigiéndonos más hacia el centro de la gran Habana. Un hábito consistía en comprar en las calles Muralla o Sol las telas y confeccionar el vestuario con nuestros propios medios, imitando los modelos que exhibían los grandes bazares, pues así salía más barato.
No recuerdo que jamás se entrara a “El Encanto” o lugares similares. Esos comercios estaban prohibidos para nosotros. Los pobres decían “eso es para la gente de la high”. Según los ingresos familiares, cada grupo sabía qué hacer y adonde ir.
Las cosas han cambiado bastante. Las diferencias son abismales. Cuanto he nombrado hasta aquí, ha desaparecido, tanto los lugares como su práctica. Solamente los potentados pueden hoy permitirse tales lujos en sitios exclusivos.
Nuestras singulares shoppings son nada más que un triste remedo de dichos espacios, una mala copia de ellos, tanto en el contenido como los servicios. Los precios que cobran son súper elevados por una calidad inexistente. Los de moneda nacional, mejor ni hablar.
Los cubanos que ahora cuentan con menos de 50 años no conocieron este ambiente. Aquellos que ya peinamos canas, recordamos con nostalgia ese ayer. Dedico estas cortas líneas para rememorar estas historias cotidianas que no deben olvidarse y trasmitirlas a las actuales generaciones.
primaveradigital@gmail.com
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