miércoles, 2 de febrero de 2011
MARTI HOY
February 3, 2011
From: Emilio Guede
Amigos, me tomo la libertad de enviarles lo que dije el pasado 28 de enero, aniversario del natalicio de Jose Marti, en la Casa Cuba de Puerto Rico. Saludos a todos.
MARTI HOY
Por Emilio Guede
Conferencia dictada en la Casa Cuba el 28 de enero de 2011
Distinguidos hermanos puertorriqueños que nos acompañan esta noche.
Hermanos cubanos:
Hoy se cumplen 158 años del nacimiento de José Martí, en quien se conjugaron, para hacerlo inmortal, el don del poeta y la vocación del sacrificio supremo por la patria. Y no hay mejor lugar que esta Isla hermana para honrarlo porque, desde un principio, al fundar Martí el Partido Revolucionario Cubano, fijó como objetivos la independencia de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. Y en virtud de la cercanía geográfica y cultural, muchos hijos de esta tierra fueron a combatir por la libertad de Cuba, incorporándose al Ejército Libertador.
Esta misma Casa tuvo el honor de contar con la presencia, un 28 de enero de hace unos cuantos años, para hablarnos de Martí, de un Gobernador excepcional que se caracterizó por su protección y ayuda a los cubanos desterrados, Don Luis Muñoz Marín. Tres parientes cercanos de Muñoz, según me recordaba José Roberto Martínez, cayeron en la manigua redentora: Ramón Marín Castilla, tío de Muñoz, y los primos Wenceslao y “Pachín” Marin, este último, poeta y periodista. Puerto Rico dio también oficiales puertorriqueños de alta graduación, como el general Juan Rius Rivera y el coronel Guillermo Fernández Mascaró, quien en la República llegaría a ser gobernador de Oriente y Secretario de Instrucción Pública. Por supuesto, la presencia de Puerto Rico en la historia de Cuba, no se limitaría en absoluto a los que he mencionado. Entre otros personajes notables, el principal educador cubano, Alfredo M. Aguayo, era puertorriqueño. Y dos eminentes puertorriqueños, Arturo Morales Carrión y Jorge Font Saldaña, nacieron en Cuba. Lazos históricos de hermandad que hacen de Puerto Rico un lugar de excepción para recordar y honrar al apóstol de nuestras libertades.
A los 116 años de la muerte de Martí podríamos preguntarnos: ?Es posible que, después de tanto tiempo, el pensamiento del apóstol de la libertad cubana pueda tener vigencia hoy? Yo creo que sí.
Contrario al futuro que pudo imaginar Martí para una Cuba independiente, el primer día de 1959, a sólo 57 años de instaurada la República y después de una brutal dictadura militar, el país entraba en un período inicial de grandes esperanzas que no tardaría en convertirse, durando más de cinco décadas de abusos y desdichas, en la época más oscura de la historia cubana, contada desde la primera pisada española en nuestro suelo y sin excluir ninguno de los abusos de la antigua metrópoli. Y en ese medio siglo, la aspiración martiana de respeto a la dignidad plena del hombre, como él quería que fuera la primera ley de la República, fue burlada al extremo de apelarse en miles de ocasiones al asesinato político en forma de fusilamiento para apuntalar en el mando del país a un simulador que llegó al poder entre vítores del pueblo gracias a negar repetidamente lo que en realidad era. Y cuyo nombre no quiero mencionar porque cuando se habla de Martí no cabe el de quien ha derramado tanta sangre y convertido a Cuba en cenizas. Pero todos sabemos muy bien de qué delincuente se trata. Uno que ha nombrado a su hermano para que continúe la destrucción de lo poco que queda de Cuba.
En un proceso de erradicación total de los valores cubanos tradicionales e introducción de mecanismos represivos totalitarios; de negación de todas las libertades y sometimiento del individuo al jefe supremo; de violaciones de los derechos humanos y abusos de poder; de crímenes incalificables disfrazados de sentencias judiciales; de monstruosos atentados contra la dignidad humana; de tanta barbarie y tanta sangre, el Apóstol de nuestras libertades, en su inmensa talla de revolucionario, político, escritor y poeta, tenía que estorbar.
La vigencia del pensamiento martiano, que podría ser eterna, radica en que el ideario que legó el Apostol no intenta configurar una filosofía política para atraer seguidores, ni constituye un compendio de estrategias y tácticas revolucionarias, ni presenta esquemas programáticos. Su obra literaria, poética y política abarca posiciones básicamente éticas y justas en las relaciones humanas, donde predominan la exaltación del amor como valor supremo y la defensa de la dignidad humana. Su palabra y poesía llega fácilmente a todos, no sólo a aquel con preocupaciones políticas o sociales porque lo que describe y propugna cuadra dentro de las circunstancias que definen a la humanidad desde tiempos inmemoriales, como la lucha contra el abuso y la injusticia y la fuerza eterna del amor. Su prédica es profundamente humana, no sujeta a las rigideces dogmáticas de la doctrina política, producto de un sano equilibrio en el análisis de los problemas, no sólo los que podían afectar a los cubanos sino a la humanidad en general. Por lo que Martí sería invocado con frecuencia por vertientes, a veces hasta opuestas, del acontecer político cubano en los tiempos de república, como símbolo oportuno para santificar toda clase de aspiraciones y propuestas políticas.
Respondiendo a esa costumbre, en el alegato de defensa por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, que sería conocido como “La Historia me absolverá”, el principal acusado y futuro dictador sostenía que el pensamiento de José Martí había inspirado aquella acción. Ese reclamo era admisible. El ataque al Moncada respondía al sentir popular, que rechazaba una dictadura militar que había depuesto a un gobierno constitucional y democrático, sin ninguna razón y 82 días antes de unas elecciones generales. La evocación del pensamiento martiano como aliado en la lucha contra Batista estaría presente en todo grupo subversivo. El ideario de estas organizaciones, incluyendo al Movimiento 26 de Julio, cuadraba con las metas democráticas que enunciaban los documentos revolucionarios de la época, que en nada pugnaban con lo predicado por Martí.
Con la imposición del comunismo, el pensamiento martiano quedaba privado de su influencia histórica, lo que la propaganda totalitaria no podía permitir. Martí tenía que seguir siendo el gran inspirador. Y si no lo era había que falsificarlo. Así que la dictadura se dio a la tarea de transfigurarlo históricamente para “rescatarlo -según decían- de una burguesía que todo lo desnaturalizaba”. Y quedarían bloqueados del acceso al lector, por la censura comunista, los formidables trabajos biográficos de Manuel Isidro Méndez, Félix izaso y Jorge Mañach, que pudieron en contacto al hombre común con el singular poeta y revolucionario que llegaría a ser la figura más relevante de la historia cubana.
En los primeros años de la falsificación de Martí por la usurpación comunista, en las diferentes conmemoraciones de su natalicio siempre aparecía algún dirigente o intelectual servil obligado a vincularlo con la ideología impuesta, para lo que había que mentir descaradamente. Diría en 1964 Juan Marinello, intelectual y político comunista: “Sólo ahora, por la gran revolución socialista, Cuba es digna totalmente de Martí. Sólo ahora se han podido producir las transformaciones económicas por las que luchaba Martí”. Y en esa misma fecha, Raúl Roa, canciller de la tiranía, en un peligroso alarde de sinceridad decía: “Martí no fue socialista ni podía serlo”. Y explicaba confusamente las razones: “La tarea que realizó en su vida se desarrollaba en un cuadro determinado por factores concretos y no podía conjugar la política de la emancipación de Cuba como nación con la emancipación de la clase obrera”. Sin embargo, para no salirse totalmente del libreto, Roa argumentaba: “La revolución puso a Cuba a la altura de su destino al completar la revolución inconclusa de Martí y hacer la revolución de Carlos Marx”.
Y así, en otras conmemoraciones del natalicio del Apóstol, Cintio Vitier decía que “los cubanos estaban situados en el centro de una revolución que tenía en José Martí sus más hondas raíces”: Faure Chomón proclamaba un símil imposible: que “en nuestros cien años de lucha y combate encontramos juntos, abrazados en la gloria, a nuestro José Martí y a nuestro inolvidable Che Guevara” y Faustino Pérez descubría la más absurda revelación histórica al anunciar: “No es exagerado decir que Martí cayó combatiendo contra el imperialismo norteamericano”.
Lo cierto es que nada, absolutamente nada de lo que ha hecho un gobierno usurpador que trajo el comunismo por la puerta de atrás, responde a la vida, visión, pensamiento u obra del más venerable de los cubanos.
Marx y Lenin nada tenían que ver con Cuba, pero no podían desconocerse sus respectivas responsabilidades como padres intelectuales del nuevo engendro. ?Qué hacer entonces con el Martí tradicional, el gran inspirador de todas las causas justas? Los autores de la traición ideológica sabían muy bien que la prédica de Martí les era adversa, pero lo necesitaban para darle un toque criollo a un sistema totalitario completamente ajeno a nuestra idiosincrasia nacional.
Así, del trío de patricios que mi generación conoció como forjadores de la patria, los dos que seguían en el orden usual a Martí: el “Titán de Bronce” Antonio Maceo y el dominicano generalísimo Máximo Gómez, serían sustituidos por Marx y Lenin, quienes estarían al lado de Martí en la nueva imaginería revolucionaria. Para disimular esa adulteración histórica había que fabricar un Martí comunista, dispuesto a bendecir los más incalificables atropellos de una dictadura que en cada decisión, obra o acción traicionaba lo que había prometido antes de alcanzar el poder a través del engaño.
En esa obra de falsificación histórica encontraron una frase de Martí que explotarían hasta la saciedad. Era parte de un artículo publicado en el periódico “La Nación”, de Buenos Aires, en 1883. “Carlos Marx ha muerto -decía Martí- y como se puso del lado de los débiles merece honor”. Así solamente y fuera de contexto se dio a conocer lo escrito por Martí, ocultándose lo que seguía, en la seguridad de que nadie podría llegar a conocer el contenido en su totalidad por el control absoluto que la dictadura ejerce sobre los medios de expresión y la publicación y circulación de libros. Y esa supresión obedecía a que, a continuación de la frase mencionada, Martí decía: “Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias de ponerle remedio sino el que enseña remedio justo al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los otros hombres; indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación de modo que la bestia cese, sin que se desborde y espante. Carlos Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre bases nuevas y enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos, pero anduvo de prisa y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa.”
Esa alusión de Martí a “la gestación natural y laboriosa” podría ser confirmada, como muestra de su visión política, en la progresiva transformación del escenario laboral inglés, cuyos abusos a mediados del siglo XIX produjeron una fuerte impresión en Marx y fueron fuente de referencia para elaborar su tesis revolucionaria. La fuerza trabajadora de Inglaterra, después de estar sometida a un tratamiento muy desventajoso, llegaría a ser acreedora al nivel social y económico que le correspondía gracias a una reforma integral de las relaciones obrero-patronales que no fue obra de una dictadura del proletariado y de la instauración de una economía manejada por el Estado, como sugerían Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista” sino del ejercicio de la democracia política, el sindicalismo democrático, la economía de mercado y la libertad de prensa e información, que permitieron que las propuestas antagónicas de laboristas y conservadores, llegaran al equilibrio actual, que ha hecho del Reino Unido un ejemplo de justicia social digno de imitarse.
Lo curioso de ese proceso de transfiguración forzosa es que Martí no sólo no era socialista sino que ha dejado numerosos testimonios de que estaba en contra del socialismo proclamado por Marx. Uno de sus trabajos más divulgados ha sido el análisis de un ensayo del filósofo y sociólogo inglés Herbert Spencer titulado “La Futura Esclavitud”. Con sinceridad y firmeza, Martí manifiesta su desacuerdo con algunos de los puntos sostenidos por Spencer, pero reafirma otros, precisamente los que tienen que ver con el comunismo, que el brillante pensador inglés expuso magistralmente en su ensayo.
Así resume Martí lo dicho por Spencer y apoyado por él:
“Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio. El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener él que cuidar de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pluguiese al Estado asignarle (…) De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se les llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él, y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo. Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder (…) este sistema de distribución del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad y osadía del genio y las astucias del vicio originan pronta y fatalmente en toda organización humana.(…) La miseria pública será, pues, con semejante socialismo a que todo parece tender en Inglaterra, palpable y grande. El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre”.
Para fortuna de Inglaterra, ese no sería su destino. Sus virtudes democráticas fueron capaces de impedir los excesos propugnados por posiciones extremistas contrapuesstas, pero la visión de Spencer, compartida por Martí, dejaba bien a las claras lo que sería de un país si el sistema comunista llegara a prevalecer, lo que lamentablemente sería corroborado en Cuba cuando se impuso el marxismo-leninismo. Ya Martí había dicho en otra ocasión:
“Dos peligros tiene la idea socialista: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos que, para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse frenéticos defensores de los desamparados para tener hombros en que alzarse”.
Y como paladín tenaz contra el engaño y la hipocresía, contra el uso de la mentira como arma política, contra la concepción del Estado amoral y contra la demagogia, Martí fustigaba a aquellos que, años después, asolarían a Cuba, señalando: “Es demagogo el que levanta una porción del pueblo contra otra. Si levanta a los aspiradores contra los satisfechos, es demagogo; si levanta a los satisfechos contra los aspiradores, es demagogo”.
También diría Martí, entre sus múltiples referencias de lo que deseaba para Cuba después de sacudirse el yugo colonial: “La República, en Cuba, no será el predominio injusto de una clase de cubanos sobre los demás, sino el equilibrio abierto y sincero de todas las fuerzas reales del país y del pensamiento y deseo libres de los cubanos todos”. Y con profundo espíritu humanista declaraba: “No hay más que dos clases entre los hombres: la de los buenos y la de los malos. Enoja oír hablar de clases. Reconocer que existen es contribuir a ellas. Negarse a reconocerlo es ayudar a destruirlas”.
Pero la usurpación comunista no sólo esconde el sentimiento antisocialista de Martí sino que se solaza en presentarlo como enemigo de Estados Unidos.
A esos efectos, no se cansan de repetir dos frases martianas. Una: “Norte revuelto y brutal”. La otra, muy conocida: “He vivido en el monstruo y conozco sus entrañas”. Ciertamente, encontramos abundantes referencias en la obra de Martí a los desajustes sociales, el divisionismo localista, la corrupción política, los apetitos expansionistas y la arrogancia sajona que caracterizaban a los Estados Unidos de la época. Pero al mismo tiempo, Martí veía la razón de esos conflictos y turbulencias en la raíz heterogénea y disímil de la integración nacional de la relativamente joven nación. Y si en ocasiones criticaba a Estados Unidos era para sacudir parte de la conciencia cubana que veía en la idea anexionista una fórmula fácil para salir del despotismo, la corrupción administrativa, el saqueo de la economía y los abusos de poder de la metrópoli española.
De cualquier manera, es de género tonto, o diríamos mejor, mal intencionado, tratar de que las generaciones actuales juzguen a un país por lo que era hace más de cien años, ya sea basándose en lo escrito por Martí o en cualquier otra referencia. Hoy nadie habla de Hitler para juzgar a Alemania. Ni de Mao Zedong para comerciar con China.
Lo que no dicen los comunistas es que Martí, severo en la crítica como generoso en el reconocimiento, porque también elogió lo que de encomiable tenía Estados Unidos, pudo decir todo lo que quería y censurar al propio país que lo acogía sin ser molestado por ello. Al hacer mención de sus impresiones desfavorables elogian la libertad de expresión, que no puede existir bajo ningún régimen comunista. Esas opiniones adversas de Martí fueron dichas, escritas y publicadas en Estados Unidos, algo que sería imposible si se tratara de Cuba. A muchos periodistas extranjeros asignados a la Isla se les ha impedido reportar negándoles las visas. A otros los expulsan sin contemplaciones cuando la versión que exponen no responde a lo que la dictadura quiere que se diga. Y de algo podemos estar seguros: Martí no puso de manifiesto las deficiencias, injusticias y errores que captó de la nación norteamericana para justificar ninguna tiranía ni nutrir de excusas a futuros violadores de los derechos humanos.
Al hablar de la falsificación de Martí es importante hacer notar que no sólo fue apóstol de la independencia de Cuba, como señalara Jorge Mañach. También fue un predicador del amor y la amistad. Toda su obra literaria y poética está impregnada de esos vitales sentimientos, así como del rechazo más enérgico al odio. Son famosas sus frases: “Los odiadores debieran ser declarados traidores a la república. El odio no construye”; “No hay perdón para los actos de odio. El puñal que se clava en nombre de la libertad, se clava en el pecho de la libertad”; “No son inútiles el amor y la ternura”.
Pero quizás, su pensamiento más definitoria del odio, que cuadraba perfectamente con lo que se sembró en Cuba, era el que proclamaba: “Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres, es el que, so pretexto de dirigir a las generaciones nuevas, les enseña un cúmulo aislado y absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la dulce plática del amor, el evangelio bárbaro del odio”. Ese bárbaro evangelio iba a cundir en Cuba para escándalo de los que aspirábamos a una sociedad diferente cuando nos sumamos a la insurrección contra la dictadura militar para que la razón y la tolerancia primasen en los conflictos.
El odio llegaría a ser promovido como la motivación fundamental de los nuevos revolucionarios. Se llegaría hasta la contradicción increíble de clamar por el odio para alcanzar la felicidad colectiva, como expresaría el Che Guevara en su “Mensaje a la Tricontinental”, publicado en la revista de esa organización el 16 de abril de 1967: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total.”
Era obvio que el guerrillero argentino nada tenía de martiano. Treinta y cinco años después de ese mensaje, la humanidad empezaría a confrontar la amenaza terrorista internacional de los fanáticos fundamentalistas de una religión, empeñados en masacrar inocentes para ganar el cielo. ¿Podrían encontrarse diferencias entre el mensaje del Che Guevara a la Tricontinental y unas declaraciones suscritas por cualquiera de esos enajenados? La indiferencia hacia los bienes materiales como virtud y la renuncia al contacto con la familia como sacrificio en aras de una causa, ambos presentes en el Che Guevara, no pueden servir de justificación al radicalismo asesino. Como tampoco esos factores, comunes también en los terroristas suicidas, podrían alegarse para eximirlos de sus atrocidades.
El máximo tirano, apoyado por Guevara, daría a entender que el mejor modo de alcanzar la igualdad social era promoviendo los peores sentimientos en la gente, atizando el resentimiento hacia los que algo poseían y hacia los que –según ellos- carecían de la visión necesaria para apreciar la conveniencia de esa revolución comunista que se esforzaba en salvar a Cuba de todas sus miserias. Sólo los gusanos serían incapaces de reconocer esas maravillas. Ante el menor movimiento disidente había que delatar al pariente, al amigo, al vecino. Hacerle la vida imposible. Despojarlo de todos sus derechos. Encerrarlo en prisión. Y si se enfrentaba a la usurpación comunista con ánimo conspirativo, asesinarlo por la vía del fusilamiento. La voluntad del máximo tirano, evidentemente, no estaba encaminada por la ruta martiana.
Como vemos, la falsificación de Martí no reconocería barreras y la imagen distorsionada del gran poeta y revolucionario sería martillada, desde los primeros grados, en las mentes tiernas incapaces de discernir y fijada como verdad incuestionable en la enseñanza secundaria y superior. Obra de la educación totalitaria, que es pródiga en el adoctrinamiento de falsedades. Así, en las generaciones surgidas bajo la usurpación comunista, la imagen de Martí sería la de uno más de los responsables de la hecatombe nacional. Conocida es la anécdota del muchacho recién llegado a Puerto Rico que, al ver el retrato de Martí en la oficina de la Unión de Cubanos en el Exilio, exclamó: ?Y qué hace ese comunista aquí? Reacción natural de una víctima de la manipulación inescrupulosa de la historia que, a partir de 1977, fue institucionalizada con la creación de un llamado Centro de Estudios Martianos con el propósito de, según ellos, “auspiciar el estudio de la vida, la obra y el pensamiento de José Martí desde el punto de vista de los principios del materialismo dialéctico e histórico”. Me imagino lo mucho que tendrían que inventar los asalariados de ese Centro para entretejer conexiones imposibles.
Pero, aunque era abiertamente ofensiva la fundación de ese centro de manipulación histórica para falsificar a Martí no bastaría con eso para culminar la degradación del apóstol de nuestras libertades. Se crearía una denominada “Orden José Martí”, instaurando una medalla para supuestamente honrarlo. Y, para escarnio de Martí, unos cuantos rufianes la recibirían. Entre otros déspotas, y aunque parezca increíble, fue condecorado con ese turbio galardón nada menos que el dictador de Etiopía, Mengistu Haile Mariam, el ejecutor del llamado “Terror Rojo”, época en la que miles de intelectuales, profesionales y otros oponentes fueron asesinados. Y otro de los condecorados con la “Orden José Martí” sería Kim Il-sung, el brutal tirano de Corea del Norte, padre del otro dictador que hoy inquieta al mundo con la amenaza nuclear. Es evidente que, en la Cuba totalitaria, la afrenta a Martí ha alcanzado dimensiones que nadie hubiera imaginado. Por supuesto, si alguien visita la isla que nos sirvió de cuna, encontrará la casa donde nació el Apóstol, en la antigua calle Paula de La Habana Vieja, debidamente cuidada y en función del museo que siempre fue, pero ahora como tributo a un revolucionario comunista.
¿Vamos a quedarnos con los brazos cruzados? Tenemos por delante una dura tarea que es impostergable deber. Hay que rescatar para la Cuba del futuro al Martí verdadero. Rescatarlo del secuestro ideológico al que ha sido sometido durante más de medio siglo por oportunistas insensibles e intelectuales serviles, haciéndolo ver en escuelas y universidades como lo que nunca fue. Hay que desconectar de la usurpación comunista, que cometió el sacrilegio de apropiársela, a la figura más excelsa de nuestra historia. No puede permitirse que la obra nefasta del castrismo sea confundida con la prédica de amor y de justicia que le mereció a Martí la veneración de los cubanos y su prominencia como inspirador de nuestra conciencia pública más pura. Como muy bien dijo Carlos Ripoll, ese brillante estudioso de Martí y opositor constante de su falsificación: “En Cuba se ha mentido mucho. La historia fue la primera víctima, pero también será el último juez”.
Pero si importante es la reivindicación del pensamiento martiano cuando las brisas de libertad acaricien el suelo cubano, mucho más lo es que en la nación que surgirá de las cenizas de lo que es hoy. prevalezca la visión de amor, confraternidad y tolerancia que Martí nos legó. Sentimientos más que necesarios para que la sanación de las heridas infligidas por la inmensidad de compatriotas que cayeron en la trampa del odio sea completa y permanente. Quien estando en Cuba o viniendo de afuera quisiera ventilar venganzas personales o exigir lo imposible en el período de transición a la democracia no tendría nada de martiano, que es igual a decir que sería el peor enemigo de la reconstrucción y reconciliación nacional.
Los que estamos aquí tenemos muy presente lo que ha hecho de Cuba una tiranía dinástica. ?Quién no recuerda el despojo de propiedades legítimas, la delación de amigos y familiares, el acoso de turbas organizadas, la liquidación de todo lo que nos enorgullecía como pueblo? ?Quién no se estremece de indignación al evocar los 41 compatriotas asesinados en el remolcador “13 de Marzo”, incluyendo a los 10 niños ahogados, que eran alzados en brazos por sus madres para que se detuviera el hundimiento? ?Quién ha podido olvidarse del derribo despiadado por Migs poderosos y en aguas internacionales de las dos avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate y el asesinato premeditado de sus cuatro tripulantes? Y después de ambas masacres lo más inconcebible: que sus criminales ejecutores fueran condecorados por la dictadura comunista como héroes de la patria.
El mundo se horroriza por los cerca de 86,000 fugitivos del miedo y la miseria, mujeres, hombres y niños, que durante cinco décadas y en balsas improvisadas o botes inseguros perecieron, ahogados o devorados por los tiburones tratando de alcanzar las costas de la Florida para vivir en libertad. ?Y alguien puede permanecer en silencio ante los 5,732 patriotas asesinados en el paredón o desaparecidos al querer una Cuba libre, donde fueran respetados los derechos humanos? No son cifras inventadas. Responden a la minuciosa y prolongada investigación del fenecido doctor Armando Lago y la incansable María Werlau, del Archivo Cuba.
¿No es un verdadero crimen de soberbia el fusilamiento de los tres muchachos que secuestraron una lancha para huir de Cuba sin ni siquiera haber maltratado ni herido a nadie? ?Y quién no se conmueve ante el sacrificio supremo de los que, como Pedro Luis Boitel y mas recientemente Orlando Zapata Tamayo, que no fueron los únicos, dejaron de comer y beber hasta la muerte en protesta por los abusos de un régimen tiránico? ?Qué cubano no ha recibido, de una manera u otra, el zarpazo de la usurpación comunista?
Todos contemplamos con ira y dolor el desastre en que se ha convertido lo que fue una esperanzadora promesa devenida en tiranía. Pero, ?va a contribuir ese terrible recuerdo a hundirnos más? Si la sensatez, la reconciliación y el perdón no rigen en la Cuba poscomunista, no seremos otra cosa que cómplices de la funesta obra de odio legada por el máximo tirano y su dictador suplente. Estaríamos siguiendo sus pasos, alentando inconscientemente lo mismo que ellos sembraron.
Por otra vía que no sea la del amor y la confraternidad entre cubanos, inspirados por el Martí verdadero, no habrá patria, realmente, que valga la pena. Ya estemos dentro de la Isla o fuera de ella. Seamos de derecha o de izquierda. Creyentes o no. Hombres o mujeres. Ricos o pobres, Negros, mulatos o blancos.
No debe confundirse la aplicación correcta de la justicia, que será un imperativo histórico, con la injusticia de la venganza y el desquite, que sólo traería más violencia y más venganza, en un círculo vicioso de sangre y dolor que haría imposible la convivencia en paz. ?No debe ser esa paz y la entrega a la reconstrucción de la nación el mejor regalo de Dios a los cubanos después de medio siglo de glorificación del odio y santificación de la mentira?
Paradójicamente, la antigua España imperial que combatió Martí es hoy ejemplo de una sociedad abierta donde el ejercicio democrático y el respeto a los derechos humanos pueden inspirar en los cubanos la reconciliación y la convivencia después del vendaval castrista. España sufrió una de las más cruentas guerras civiles que puedan recordarse. En el curso de la contienda, ambos bandos, republicanos y rebeldes, cometieron las más espantosas atrocidades. Y se ha hablado de hasta un millón de muertos. Suficientes para resentimientos, venganzas y convulsiones sin fin.
Sin embargo, España es hoy el espejo donde debemos mirarnos, con una democracia pujante y pluripartidista, solidez en sus instituciones públicas, libertad de prensa e información, un debate político respetuoso y de altura y vigilancia eficaz para impedir o castigar la corrupción pública. Obra de líderes excepcionales, sí, pero gracias a un pueblo que supo perdonar y reconciliarse. Miremos a España y contemplemos una Cuba posible.
Una Cuba donde volvamos a llamarnos hermanos, sin penas de muerte ni terror revolucionario. Una Cuba donde el símbolo nacional sea el abrazo fraterno. Donde la exaltación del amor predicada por Martí palpite en cada corazón cubano. Donde el sueño martiano de que “la primera ley de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre” cobre permanente vigencia. Y los llamados “gusanos”, que en el futuro equivaldrá a lo que hoy decimos mambí, seamos reconocidos por las generaciones venideras como lo que en verdad siempre hemos sido: defensores inclaudicables de la libertad.
En el momento de nuestra liberación definitiva, que tendrá que llegar más temprano que tarde y que todos esperamos con prolongada ansiedad, no habrá mejor recurso para superar los peligros de división social que enturbian el futuro de Cuba que volver los ojos a Martí y hacer que su prédica, rica en nobleza y generosidad, sea la que predomine para la reconciliación necesaria. Y que su poesía, henchida de ternura y amor, nos incite a ser mejores para que seamos capaces de honrar lo que él llamó, con firme convicción, “la fórmula del amor triunfante: Con todos y para el bien de todos”.
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