viernes, 4 de noviembre de 2011

Compraventa de casas: como la aspirina, alivia pero no cura



La compraventa de viviendas, en vigencia desde el 10 de noviembre, sólo intentan flexibilizar los trámites relacionados con la transmisión de la propiedad de la vivienda, y contribuir así a un reacomodo voluntario de los espacios habitables.

Rolando Cartaya, especial para martinoticias.com 04 de noviembre de 2011

Por una vez el diario Granma parece haber hablado con franqueza, al advertir, casi preventivamente, que las nuevas normas sobre la compraventa de viviendas, en vigencia desde el 10 de noviembre, sólo intentan flexibilizar los trámites relacionados con la transmisión de la propiedad de la vivienda, y contribuir así a un reacomodo voluntario de los espacios habitables.

O sea, permitir una redistribución, una especie de juego de las sillas musicales donde uno puede por fin correr a disputarse alguna de los 3 millones y medio que constituyen el fondo habitacional del país (de más de 11 millones de habitantes). Hasta ahora se permitía sólo la permuta, que en la práctica era algo así como si los ocupantes de dos sillas contiguas se cambiaran de puesto pasando uno por encima del otro, en una especie de espinoso enroque de glúteos.

Como con otras medidas del gobierno de Raúl Castro, el economista independiente Oscar Espinosa Chepe me dice por teléfono desde el reparto Almendares que algo es mejor que nada, pero que hay que esperar a que pongan en blanco y negro la ley 288 para leer la letra pequeña, porque ya se vio con la de la compraventa de autos que al final no era tan transparente como parecía.

Advierte el amigo Chepe que esta medida, como la de reconvertir locales del Estado en viviendas, es sólo un paliativo a una crisis habitacional acumulada durante décadas, que los ínfimos resultados de la construcción estatal ni siquiera alcanzan a empezar a resolver.

En un artículo publicado hoy por El Nuevo Herald, el economista señala que en el periodo 2008-2010 fueron terminadas 113,761 unidades, mientras que, solamente en los huracanes del 2008, se derrumbaron 84,737.

El país tiene, según cifras oficiales, un déficit habitacional de 500 mil viviendas, pero otros especialistas dudan de esa cifra. Un estudio reciente realizado por Sergio Díaz-Briquets, un experto en demografía basado en Washington, y citado en agosto por The New York Times, calcula que en la isla faltan 1,6 millones de viviendas.

Chepe señala también que por la falta de mantenimiento y recursos el fondo habitacional continúa deteriorándose aceleradamente. Si bien el estado en los últimos tiempos ha vendido materiales a la población, los precios son muy altos. Por ejemplo, un saco de cemento de 100 libras cuesta 112 pesos, y los bloques de barro, hasta 22 pesos la unidad, en un país cuyo salario medio mensual era a fines del 2010, según las autoridades, de 448 pesos (o unos 18 dólares).

Así y todo, Fernando Ravsberg, corresponsal de la BBC en La Habana, dice en su blog Cartas desde Cuba que cuando ponen a la venta materiales de construcción, éstos desaparecen en menos de 40 minutos, un dato que -dice-- habla sobre las reales necesidades de los ciudadanos. Agrega que las cantidades que se entregan son escasas respecto a la creciente demanda de los cubanos. Observa el periodista uruguayo que miles de familias han emprendido obras desde que el gobierno autorizó a reparar, ampliar y construir casas con esfuerzo propio. Pero Chepe advierte que con esos precios lo difícil no será iniciarlas, sino terminarlas.

Para el economista independiente, aunque la venta de materiales podrá ayudar a frenar el deterioro, para que la oferta de nuevas viviendas siquiera empiece a acercarse a la enorme demanda sería necesario que el gobierno autorizara pequeñas y medianas empresas y cooperativas de la construcción en paralelo con la labor constructiva del Estado. Y aquí viene otro eslabón débil de la cadena: la creciente escasez de personal calificado en el sector.

Por décadas se dejó de promover el estudio de esos oficios a favor de las carreras universitarias, y ahora se pagan las consecuencias. La escasez de albañiles, carpinteros plomeros y electricistas calificados se manifiesta en los elevadísimos precios que cobran los pocos que dominan estas artes.

En un reciente reportaje para Inter Press Service, "Cuba entre el precio del aguacate el albañil y el salario", el escritor cubano Leonardo Padura señala que, como promedio, un albañil (de los que no pagan licencia e impuestos para trabajar por cuenta propia) cobra al menos 120 pesos cubanos por "salpicar, resanar, repellar y dar fino" a ¡un metro cuadrado de pared! (y 150 pesos si es un techo).

Termina diciendo Espinosa Chepe en El Nuevo Herald que a medida que empeora el problema de la vivienda, genera consecuencias muy negativas para la sociedad, pues el hacinamiento familiar no promueve las virtudes, sino conflictos y desencuentros, mientras que la escasez de viviendas es una de las causas de las sumamente bajas tasas de natalidad, y de que no pocos jóvenes, buscando un futuro mejor, opten por marcharse de Cuba.

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