Cobardes con un par de huevos
El intento de homicidio de la niña Malala Yousafzai en Pakistán se ha continuado con toda una serie de conductas y manifestaciones de rechazo, y entre ellas me ha llamado la atención una pancarta en la que se lee “We protest against the cowardly attack on Malala Yousafzai” (“Protestamos contra el cobarde ataque sobre Malala Yousafzai”). Y creo que resulta muy gráfica para entender la visión que se tiene sobre la violencia de género y su relación con otros sentimientos e ideas como el valor y el honor.
EL HONOR:
Para muchos hombres una “mala mujer” es un deshonor porque los deja como hombres incapaces de cumplir con su obligación de controlarla y de hacer de ella el ejemplo vivo (o muerto) de su honor. Y una mala mujer es, sencillamente, aquella que no cumple con los criterios que ellos establecen dentro de la relación para que su mujer dé la imagen que ellos pretenden para su familia.
La idea de honor tiene un doble componente, por un lado el de deber u obligación a partir de una determinada posición, y por otra la de reconocimiento público por el cumplimiento de dicha obligación o deber. De ahí que la cultura patriarcal de la desigualdad haya insistido tanto en la posición moral de los hombres como autoridad y referencia en la familia, como responsables del orden que evite la deriva que pudieran introducir las mujeres, que esa misma cultura las presenta como dueñas de la perversidad y portadoras del caos. La situación es tal que todavía hoy la tercera acepción de la palabra “honor” en el diccionario se refiere a la “honestidad y recato en las mujeres”, parece que los hombres no tienen que poseer honestidad ni recato. Ellos tienen honor de manera activa cumpliendo las obligaciones y deberes que se espera de ellos como hombres, y ellas lo tienen de forma pasiva en el recato y en la buena reputación.
EL VALOR:
Según estas ideas, una mala mujer debe ser corregida por su propio bien, por el de la familia y, sobre todo, por el honor del hombre.
Muchos hombres justifican, casi admiran, a los maltratadores sobre la idea de valentía o valor. Cuando se enteran de que han agredido a sus parejas comentan “ese sí que los tiene bien puestos”, “lo ha hecho con un par”, “sus cojones por encima de todo”… Son hombres que entienden que el agresor ha respondido a un ataque previo llevado a cabo por la mujer, y como si se tratara de una lucha o un enfrentamiento justifican la violencia como argumento, simplemente porque ellas no han seguido sus órdenes.
La forma de ejercer la violencia también es muy indicativa de ese modo de entender su posición y de justificar su conducta violenta. Cuando un maltratador agrede a una mujer, habitualmente no lo hace dando un puñetazo o una patada que ponga fin a la discusión y que le permita quedar por encima de ella. Lo que hace es dar una paliza, utilizar múltiples golpes que se continúan con ella por el suelo, y no finaliza hasta que consideran que su objetivo se ha alcanzado. Un objetivo que no es dañar a la mujer, lo hacen, pero en busca de su verdadera meta, que es aleccionarla para que aprenda qué es lo que le puede ocurrir de no seguir los dictados que él impone en la relación. Esa actitud nace de considerar su posición por encima de la de la mujer, y de verse a sí mismo como una referencia o autoridad a la que la mujer no puede ni debe enfrentarse.
La valentía que muestran los hace continuar mientras ellos entiendan que su mujer es merecedora de esa violencia, y por eso algunos llegan hasta el homicidio llenos de valor, tanto que asumen las consecuencias y se reivindican como esos hombres con un par de huevos que no se van a dejar humillar por la decisión de la mujer que se separa y los deja. Es el momento del “mía o de nadie” que tanto hemos oído tras estos asesinatos de género. Y son tan valientes y los tienen tan grandes y tan bien puestos, que luego se entregan voluntariamente o se suicidan, pero siempre habiendo dejado su testamento vital en la muerte de sus mujeres. El 80% de estos homicidas se entregan de forma voluntaria y el 17% lleva a cabo el suicidio tras acabar con la vida de sus mujeres.
De este modo la violencia de género ha estado presente a lo largo de toda la historia camuflada entre la normalidad hueca y los sólidos valores de la desigualdad. Y la misma cultura que enseña que “un niño no debe pegarle a una niña”, o que cuando hay un problema y se presenta la posibilidad de una agresión les dice que “se metan con alguien de su edad”, luego los estimula y los lanza hacia las agresiones, y les enseña a decir “¿tú lo que pasa es que no tienes huevos para darle una hostia bien dada a tu mujer… ?” o a ponerse como ejemplo de esas conductas, “¡a mí me hace eso o me dice lo otro mi mujer y la cojo…!” Todos muy valientes para defender su honor en el reconocimiento.
Y luego cuando todo ha ocurrido, cuando se ha producido la agresión o el homicidio los llaman cobardes, como si fueran esos niños que han pegado a una niña o que se han metido con alguien que no era de su edad… Los hombres no agreden a las mujeres por cobardía, sino por voluntad e interés. En el fondo no deja de ser una forma de no ver la realidad de la violencia de género y de no querer entenderla como uno de los pilares necesarios para mantener la desigualdad, y de esta manera poder dominar y controlar a las mujeres en las más diversas circunstancias sin necesidad de recurrir a la violencia directa, tan solo con el control social. Por eso una niña de 11 años que vaya a la escuela en Pakistán es tan peligrosa para esos hombres.
En verdad, la historia nos muestra cómo el valor lo han tenido las mujeres que como Malala Yousafzai se han enfrentado a su destino, y cómo la cobardía ha estado en toda una sociedad que no ha querido ver ni actuar ante la realidad de la desigualdad y la violencia.
Todo mi apoyo y solidaridad, con el deseo de que se recupere muy pronto, para Malala Yousafzai.
También un recuerdo muy especial para todas las niñas que sufren la desigualdad y la discriminación, en este Día Internacional de las Niñas (11 de octubre).
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