Como los niños pequeños que no aciertan a explicarse lo que sucede, la mayoría de los cubanos se preguntan constantemente por qué suceden una y mil veces tantas indisciplinas cubiertas por el manto de la indolencia, que conforma una barrera imposible de derribar.
Toda actividad laboral que deba brindar un servicio a la población es simplemente detestable.
Recientemente, cuando el presidente Raúl Castro enumeró los males relacionados con las indisciplinas laborales y sociales, al siguiente día aparecieron reportajes en los medios oficiales con "las opiniones del pueblo". Parecía una burla, un show montado deliberadamente en un escenario angosto como un callejón sin salida.
"No hay gestión que uno vaya a hacer que no salga disgustado", refiere una jubilada inmersa en los trámites para legalizar la propiedad de la casa donde vive desde muy pequeña. Le exigen documentos que tienen que ser solicitados en los registros civiles, donde las colas son interminables y los empleados no dan abasto -ni tampoco se esfuerzan- para atender a los centenares de solicitantes.
Para ser de los primeros en ser atendidos en estos registros civiles, es preciso llegar de madrugada.
Los empleados entran de forma escalonada. Cuando llegan, se toman su tiempo para coger fuerzas para la batalla que es atender al público. A ellos no les importa si es un minusválido, un anciano, un diabético o si vive muy lejos. Igual lo tratan como a un tareco al que no hay más remedio que hacerle algo.
Cuando llega la hora del almuerzo, se produce una paralización que se siente incluso en el aire que se respira. La humedad y el intenso calor hacen el resto.
Entre las 11 de la mañana y hasta bien pasada la una de la tarde, salir a la calle es un suplicio en La Habana. Los ómnibus no pasan, los carros de alquiler van llenos de pasajeros. Las casas de cambio (CADECA) cierran si tienen un solo empleado para que este almuerce, lo que incluye que se dé un brinquito a la tienda a ver qué sacaron.
Las tiendas merecen un capítulo aparte. Se hacen muestreos de mercancías o se cierra el departamento a la vista de quien no sabe si podrá convertirse en cliente. Entonces, ¿a qué fue, si los museos están en el casco histórico?
Auxiliares de limpieza que le sacan brillo al local a la hora en que ya deben estar despachando. Órdenes del jefe, te dicen si te quejas. ¡Por nada del mundo llegarían temprano para limpiar antes de que abra el establecimiento! ¡Ni que estuviesen locos!
Otra enfermedad en estado terminal, irreversible, es el cambio de turno. En muchos lugares se realiza a la hora en que mataron a la pobre Lola: a las tres de la tarde. Los que llegaron unos minutos antes a comprar una cajetilla de cigarros, mejor que enfilen hacia otro lugar.
Para que el ambiente se torne más sórdido, puede haber además sorpresivos y paralizantes arqueos de caja.
Los más necesitados protestan; los demás se van. "Allá él", siempre dice alguna dependienta. Seguramente obtendrá en breve un premio por su aporte al comercio con la teoría de que "el dependiente siempre tiene la razón".
Cuando los cubanos viajan al exterior, siempre comentan sobre lo bien que son tratados.
Hace poco, me contaba una amiga: "En un restaurante me dio pena, no sabían qué hacer para mimarme. Yo no tenía hambre, y el cocinero me preparó u postre exquisito, y poco faltó para que me lo diera en la boca, como si yo fuera un bebé. Y en la tienda fue igual. ¡Parecía que soñábamos!"
Para Cuba actualidad: aimeecabcu@yahoo.es
Para Cuba actualidad: aimeecabcu@yahoo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario