viernes, 30 de mayo de 2014

El golpe de Radio Reloj

El golpe de Radio Reloj

Aunque ahora cualquier aparato puede marcar los segundos, habitamos un suburbio de lo que el resto del mundo llama tiempo

Foto-galería de Ernesto Santana Saldívar
LA HABANA, Cuba. -A lo largo de la historia conocida, las revoluciones sociales han querido destruir el tiempo tradicional e instaurar un “nuevo tiempo”, como intentando comenzar desde cero. Así surgió el calendario republicano francés, con sus poéticos nombres para los meses.
Casi dos siglos después, estudiantes del espectacularmente revuelto mayo francés de 1968, escribieron en las paredes un asombroso mandato: “¡Fusilad a los relojes!”. Había que detener el viejo tiempo. De manera que había que destruir al menos sus símbolos más inmediatos: los relojes empotrados en las edificaciones, que marcaban el ritmo de la vida urbana.
De modo parecido actuó la revolución cubana. No porque destruyera los relojes públicos, tan abundantes en La Habana antes de 1959. En realidad, la destrucción se concentró en campos más importantes y concretos. Sencillamente dejaron que los relojes fallecieran de muerte natural: que el mismo tiempo que medían derrotara su complejo mecanismo.
Quien quiera conocer la hora exacta puede sintonizar Radio Reloj, al parecer la única emisora en el mundo que da la hora minuto a minuto, desde 1947, y que se caracteriza por el insistente golpe de un segundero de reloj durante las veinticuatro horas del día, mientras dos locutores se alternan el micrófono para repetir unas pocas noticias de las que, si acaso, las más fiables son las referidas al clima, ese inestable caldo.
Por una u otra razón, por la demora del pan, por la tardanza del ómnibus o por un desastre peor, lo más normal es que mucha gente no llegue puntualmente a donde debe. El tictac de Radio Reloj, que completa la ilusión de que el tiempo transcurre, es una parte de la banda sonora del día, el background del reguetón que hay que salir a improvisar: A la batalla, dicen unos. Al mercado, en fin: al templo odioso y obligado.
Al final de la jornada, tarde en la noche, después de una película, una telenovela, una discusión por la comida o cualquier otro matatiempo, vuelve a sonar Radio Reloj con la misma precisión para programar la alarma del despertador.
Es esta la hora en que casi todos, de modo consciente o no, deseamos echarnos a dormir como si por algún remoto milagro pudiéramos despertar luego de un lapso de tiempo suficiente para estar ya del-otro-lado, más allá de este tiempo y de esta circunstancia insostenible; para estar fuera, si no de esta isla absoluta en el espacio, al menos fuera de esta férrea isla en el tiempo: fuera del pasado.
Pocas maquinarias han tenido tan profunda relación con el arte como el reloj, seguramente porque nos recuerdan sin cesar lo efímero del presente y de nuestras propias vidas, pero sigue resultando curioso que muchos relojes de sol muestren la inscripción: Todas las horas hieren, la última mata.
Aunque ahora cualquier aparato puede marcar los segundos,  habitamos un suburbio de lo que el resto del mundo llama tiempo. Lo que ignoramos es cómo será en la realidad el acelerón que significará caer en el tiempo normal del mundo cuando nos llegue la hora. Está fuera de duda que será, por innumerables circunstancias, más espectacular que el regreso al tiempo normal, hace ya casi treinta años, de los países atrapados en el vasto pantano soviético.
Parecerá insólito volver a ver en las paradas el cartel que anuncia cuál ómnibus y en qué minuto ha de pasar. Que los años no sean secuestrados por ningún nombrador de años, y no haya más nombres absurdos como “Año del esfuerzo decisivo” ni vacíos de significado como “Año 56 de la Revolución”. Quizás ni siquiera llamará mucho la atención.

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