La paralización del transporte público y el cierre de puntos de venta de productos agrícolas no sólo no disminuye el riesgo de contagio, sino que profundiza la crisis y la angustia de los cubanos
LA HABANA, Cuba. – Los medios de difusión no desperdician un segundo para presentarnos a la Cuba socialista como un “súper país” con un “super gobierno” preocupado por su pueblo y capacitado para adoptar medidas justas y efectivas con el beneplácito de la población. La prensa se hace cómplice incondicional de las atrocidades cometidas por el régimen, como la irresponsable manipulación de la información sobre la pandemia COVID-19, desvirtuar la realidad y engañar a la población con una seguridad fronteriza ilusoria en lugar de tomar decisiones a tiempo para preservar la vida de su pueblo. Y es que la labor periodística en favor de la sociedad no se puede ejercer siendo acólito del sistema. Por otro lado, para idealizar el socialismo cubano, basan su periodismo en criticarles a los países democráticos los problemas que existen aquí, en un intento de que el pueblo note “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
En tiempos en que la epidemia del coronavirus azota el territorio nacional, el gobierno pone en práctica medidas represivas para hacerse obedecer, como es suspender todo el transporte público, tanto privado como estatal, y tratar así de minimizar el riesgo de contagio. Sobre el tema, Díaz-Canel señaló: “Las decisiones que está adoptando el país no son para molestar a nadie. Lo estamos haciendo para salvar vidas, y aunque nos duela, tenemos que hacer sacrificios: estar en la casa, no visitar a la familia ni a los amigos. Si no acabamos de entender eso”, añadió, “no vamos a controlar la pandemia”.
Todos sabemos que es el aislamiento social la medida más efectiva para controlar este virus. Pero tampoco ellos ignoran que no es posible restringir totalmente la movilidad de la población: las personas no pueden evitar salir a buscar alguna comida pues, aunque hace meses anuncian –como medida para evitar la circulación de los ciudadanos– acercar los alimentos a los barrios, esto no se ha cumplido (sobre eso la prensa, muda). Así pues, persisten las kilométricas (y a menudo tumultuarias) colas, ya que la necesidad nos obliga a concentrarnos en aquellos pocos establecimientos donde van sacando pequeñas cantidades de comida o productos de aseo.
Y es que encontrar simplemente algo que poner en la mesa, o jabón, o detergente, se dificulta bastante a causa de los pocos artículos que el gobierno saca al mercado. A esto se le suma la práctica macabra de cerrar puntos de venta de cuentapropistas locales so pretexto de cualquier infracción (principalmente los altos precios). Para atemorizar al pueblo emplean el método ejemplarizante de difundir en televisión cómo se los llevan presos, les imponen multas descomunales, les confiscan la mercancía y les anulan las licencias, con lo cual se ven forzados a cerrar el negocio. Esta temida táctica ha sido habitual en momentos difíciles (recordemos “Pitirre en el alambre”, “Bandidos de Río Frío”, “operación Maceta”, “operación Rastrillo”, etcétera). Sin embargo, algunos opinan que si el objetivo real fuera el de beneficiar al pueblo, la mercancía ocupada sería distribuida (incluso gratuitamente) entre la población. En lugar de eso, nuestras oportunidades de comer se alejan cada vez más –los agromercados están “pelados”, según atestiguan los que pasan por ellos–.
Cuántas veces hemos escuchado a los gobernantes de Cuba cacarear que “la revolución no deja a nadie desamparado”. Sin embargo, cuando les ha llegado el momento de demostrarlo, no han cumplido ese compromiso. Ahí están los miles de cuentapropistas (y sus familias que dependen de ellos) que han tenido que cerrar sus negocios y se han quedado sin protección, a pesar de pagar altos impuestos, seguridad social, y estar afiliados a un sindicato que no ha reclamado ayuda para ellos.
Y por supuesto, una vez más estamos presenciando cómo los dólares del enemigo del “norte brutal” salvan del hambre al menos a los afortunados que reciban facturas de comida ordenadas desde allá, así como también con tarjetas magnéticas (en CUC o su equivalente en CUP) desde Cuba, si bien esto no siempre los salva de las inevitables colas: ayer me contó un vecino que tuvo que marcar dos días en la Western Union, pues debido a la gran cantidad de clientes no le dio tiempo a cobrar antes del cierre del primer día. Aprendida la lección, a la mañana siguiente llegó de madrugada. “¡Y suerte que me pagaron!”, celebra, “Para las veces que uno va por gusto porque no tienen dinero”.
Así pues (y para nuestra desgracia), ni hemos podido cumplir con el aislamiento social, ni comprar la comida cerca de casa. Ante el desabastecimiento general de comercios estatales, el cierre de los agromercados particulares y la suspensión del transporte público, sólo le queda al pueblo caminar, caminar y hacer colas, puesto que una libra de pollo por persona y diez onzas de chícharos liberados al mes no son suficientes ni para una semana.
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