viernes, 5 de febrero de 2010
UNA COMODA PLAZA SITIADA
Por Leonardo Calvo CárdenasPublicado Hoy
Rancho Boyeros, La Habana, 4 de febrero de 2010, (PD) Tal vez ningún poder con vocación de absolutismo y pretensión de eternidad haya podido sacar tan buen partido al diseño fascista del enemigo y la amenaza externa como el gobierno cubano.
Absolutamente todo, desde la temprana y alevosa traición a la revolución, pasando por la ineficiencia económica, el impúdico entreguismo al socio de turno o la represión permanente de todas las libertades, se justifica con la necesaria defensa ante las conspiraciones y agresiones del más útil y conveniente de los enemigos y toda suerte de coyunturales cómplices, que no son más que todo aquel que se digne a criticar o cuestionar el accionar político de las autoridades de La Habana.
Los gobernantes cubanos llevan décadas en el reclamo a todos de comprensión y distensión, diálogo y no aislamiento; sin embargo, muy poco hacen para favorecer la creación de ambientes y referencias que validen a la Isla como un auténtico escenario de respeto a derechos y valores universalmente reconocidos.
Las administraciones demócratas de James Carter (1976-1980) y William J. “Bill” Clinton (1992-2000) se esforzaron en tender puentes de comunicación y entendimiento con el gobierno cubano, intentos que fueron olímpicamente saboteados desde La Habana con las mayores oleadas migratorias de nuestra época (1980 y 1994) y la infausta orden de derribar las avionetas de la organización de exiliados Hermanos al rescate (24 de febrero 1996), hecho que empujó la mano del mandatario norteamericano a firmar la más radical ley anti castrista hasta ahora conocida.
Los gobiernos socialistas españoles, en tanto ocupan el palacio de La Moncloa, se afanan en impulsar las más variadas iniciativas y diseños encaminados a contribuir a la modernización de Cuba y su reinserción completa en el concierto de las naciones occidentales más avanzadas. Esos intentos han estado matizados por diálogos infructuosos, promesas incumplidas, esperanzas frustradas y algunos sonados desencuentros. La cruzada española ha significado serios cuestionamientos y enconados debates en el ámbito europeo y en el escenario político peninsular.
La visita que el destacado luchador anti franquista y eurodiputado español Luís Yáñez Barrionuevo pretendía realizar a Cuba a principios de año debía pasar inadvertida para los medios noticiosos. El caso es que la expulsión en pleno aeropuerto de tan importante personalidad, en el momento en que España se disponía a tomar la presidencia de la Unión Europea, ha significado un perfecto espaldarazo a los intereses inmovilistas del alto liderazgo cubano y casi un golpe de gracia a los afanes del gobierno y la cancillería española por cambiar las perspectivas europeas en cuanto a las relaciones del bloque con la mayor de las Antillas.
En los últimos años, el gobierno español, a través de su cancillería fundamentalmente, ha apostado fuerte por establecer un dialogo amplio y abarcador con las autoridades cubanas, tal vez convencidos de poder impulsar transformaciones esenciales en el país, a cambio de romper el aislamiento y estabilizar la cooperación europea.
No me sonrojo para reconocer la valentía y audacia demostrada por el liderazgo socialista español en su nueva “aventura” cubana, habida cuenta de la inconsistencia ética de sus interlocutores, siempre prestos a incumplir promesas y deshonrar compromisos. La historia pasada y reciente demuestra aún a los más persistentes que el gobierno cubano es un “amigo” que no se deja ayudar porque no le conviene ser ayudado.
El caso es que hasta el momento los esfuerzos y las concesiones de la parte española han caído en saco roto: Ni liberación masiva de los prisioneros políticos, ni ratificación o difusión de los Pactos de derechos humanos, ni espacio alguno a la sociedad civil emergente, ni liberalización económica.
El gobierno español llega a la coyuntura en que más podía hacer para impulsar la variación de la proyección europea hacia Cuba -léase cambiar la Posición Común de 1996─ con la Isla inmersa en un recrudecimiento de las restricciones económicas y comerciales internas por parte de un gobierno que se regodea en exhibir su vocación represiva hacia los opositores pacíficos.
Ni siquiera el lógico temor a que la visita de Yáñez Barrionuevo significara un espaldarazo de múltiple efecto a un proyecto moderado, pero sólido e incómodo como el Partido Arco Progresista (PARP), en el momento en que este prepara su anunciado congreso, justifica el desvarío de expulsar a una personalidad de tal envergadura y prestigio como si se tratara de un vulgar delincuente.
Yáñez Barrionuevo, según sus propias palabras, además de disfrutar las bondades del benévolo invierno insular, sólo se proponía conversar con un opositor que ha sido incluso condecorado de manera solemne por los servicios de contrainteligencia y con otro que ha “pecado” invariablemente de moderado y no confrontacional. Enfrentar el descrédito de imagen que implica impedir con tamaña descortesía una visita presumiblemente inofensiva nada más se explica en la necesidad de condicionar los efectos negativos de tal impresentable acto.
Las autoridades de La Habana hacen caso omiso a las señales de distensión que llegan desde Washington y ata las manos de los que se empeñan en ser sus garantes internacionales. A estas alturas, Cuba se hunde en la desolación y la desesperanza mientras el poder sólo demuestra habilidad para fortificar la plaza sitiada que le permite mantener el control, sin tributar a compromisos ni asumir responsabilidades.
A los actores internacionales interesados en un mejor futuro para Cuba, sólo parece quedar un camino: imaginar vías y mecanismos para, sin traicionar los principios de la diplomacia incluyente y el no aislamiento, estimular y apoyar de manera concreta y efectiva el fortalecimiento y desarrollo de la sociedad civil independiente que, afirmada sobre proyectos ética e institucionalmente sólidos, se convierta en una salvadora alternativa de futuro.
elical2004@yahoo.es
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