viernes, 5 de febrero de 2010
BOLIVIA ENTRE INDIANISMO Y MARXISMO
Por Lucas Garve
Publicado Hoy
Mantilla, La Habana, 4 de febrero de 2010, (PD-FLE*) El renacimiento del indianismo en América Latina es la más precisa manifestación del reconocimiento étnico que acompaña internacionalmente el proceso de globalización. Ligado también al agotamiento de los modelos nacionales neoliberales y a la bancarrota del Estado intervencionista y asistencialista, el indianismo reemplazó el indigenismo de finales del siglo XIX y primeros decenios del XX.
La insuficiente distribución del ingreso nacional en los países latinoamericanos con numerosa población indígena dio al traste con el modelo de desarrollo que desde finales de los 40 del siglo pasado aseguraron la modernización de la sociedad y la nacionalización de la población india.
En los países latinoamericanos, la industrialización no siguió las pautas del desarrollo europeo o del estadounidense del siglo XIX y XX. Si bien la producción industrial de los países latinoamericanos aumentó seis veces entre 1948 y 1985, la mano de obra necesaria, ni siquiera se triplicó. En correspondencia, la situación del empleo se degradó notablemente.
La peor de las consecuencias a nivel social fue el incremento de los enclaves de marginalidad por todo el continente. En algunos países, tomaron proporciones tales que agruparon a la mayoría de la población.
La población indígena llevada por los flujos migratorios hacia los grandes centros urbanos, sin posibilidad del integrarse a una estructura de clases endeble, gana conciencia de la imposibilidad de la integración en la sociedad.
Debido a este proceso de nueva configuración de la sociedad, en un escenario donde la separación fundamental ya no pasaba más por la estratificación clasista tradicional, surge un sector periférico de la sociedad, masificado e inorgánico, mantenido al margen del proceso productivo. Los componentes de este sector masificado hallan solamente la única opción de vivir en la precariedad e incertidumbre con respecto al futuro.
Justamente, en este sector masificado con las características mencionadas afloran las organizaciones indianistas. Ellas crean en sus adeptos un inédito sentimiento de pertenencia sobre la base de la indianidad, conjuntamente con sectas religiosas o seudo religiosas que ganan numerosos adeptos, pues pretenden remendar los huecos de un tejido social, establecen nuevas relaciones de confianza entre individuos atomizados por el desarraigo, el aislamiento social y las nuevas costumbres de la globalización.
Mediante este proceso de reincorporación a un grupo social se les ofrece un sistema de valores, asimismo una identidad, a quienes perdieron su cultura o su marco de referencia social.
Esta identidad indianista posee carácter subjetivo. No es más que una construcción mental de aquellos mismos que se vieron inmersos en una situación de marginalidad y exclusión. Por efecto, lo que une a toda estas organizaciones indianistas es una común hostilidad al Estado – Nación al que condena por el etnocidio del pueblo indígena. La cultura india será mucho más fuerte en cuanto acuda a los rituales más puros de fuentes milenarias.
La reciente asunción de Evo Morales a un nuevo período presidencial en el milenario templo inca de Tiahuanaco asevera que la “nueva religión indígena” cristaliza en la medianía de los rituales de cultos ancestrales que “bendicen”, por decirlo de alguna manera, al nuevo Inca, ahora revestido además de la banda presidencial, con el apoyo de las fuerzas cósmicas que abundan en la mitología andina. No obstante, esto no es algo nuevo.
Los indigenistas proto-marxistas y marxistas de la primera hornada (Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Hildebrando Castro Pozo, V. Lombardo Toledano) se sintieron ya atraídos por la mitología indígena. El boliviano Tristán Marof, seudónimo de Gustavo Navarro (1898-1979), en su obra La Justicia del Inca, escrita en el lejano 1926, expone su visión idílica del mundo incaico donde la armonía social era regida por el Inca mediante leyes consideradas justas, aunque rígidas, sostenedoras de un Estado administrador del equilibrio del sistema. Una interpretación que hacía de esa región andina, el sitio de surgimiento de la organización comunista primitiva más avanzada del mundo.
Hildebrando Castro Pozo, en Nuestra comunidad indígena y posteriormente en Del ayllu al cooperativismo, expone las tesis que la persistencia de las comunidades indígenas dan fe de la tendencia natural de indio al comunismo y que solamente con transferir la antigua tradición indígena del comunismo agrario a un marco institucional moderno de carácter cooperativo, unido a un nuevo contenido ideológico, la conciencia de las masas indígenas, basta para implantar un socialismo con colores de la América indígena.
Al constituirse en agentes del etnodesarrollo, como una noción nueva, aunque mal definida, el socialismo del siglo XXI y los renovados movimientos indianistas rebasan las fronteras nacionales y trazan, hasta ahora por encima de límites geográficos, un nuevo relato de la nación indígena. De hecho, el caso de Bolivia, con una flamante Constitución plurinacional da fe de ello.
garvecu@yahoo.com
*Fundación por la Libertad de Expresión
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