martes, 2 de agosto de 2011

Estoy mirando al cielo, mirando al mar…


Escrito por Luis Cino Álvarez


Arroyo Naranjo, La Habana


2 de agosto de 2011


(PD) Aprendí a nadar como un pez en las playas de Santa María del Mar y Boca Ciega. Me enseñaron, a fuerza de sustos –como casi todo lo que aprendí en la vida- mi padre y sobre todo Raúl, el marido de Graciela, mi tía por línea paterna.

Desde que era muy pequeño y hasta que se fueron a los Estados Unidos en 1972, pasaba mis vacaciones en casa de mis tíos. Vivían en una linda casita que apenas tenía vecinos, en la loma de Santa María, a 200 metros de la Vía Blanca y a más de un kilómetro del mar.

Raúl Piñeiro, mi tío, era un excelente dermatólogo que había atendido la soriasis de Che Guevara, pero que tenía frecuentes encontronazos porque, luego del entusiasmo inicial por la revolución de los barbudos, no había modo que asimilara el comunismo. Era flaco y tenía la piel curtida por el sol. Le encantaba la fotografía, leer, pescar, nadar y escuchar los boleros del Benny y las canciones de Manzanero, Aznavour y Frank Sinatra. No recuerdo haberlo visto demasiado bravo muchas veces.

En su casa pasé los momentos más felices de mi niñez y mi adolescencia. Sobre todo cuando allá por 1970 me enamoré perdidamente de Raquelita. Sus padres, la hermosa Raquel y el doctor Dobla, que parecía el doble de Humphrey Bogart hasta en el cigarro, vivían en Lawton, pero pasaban casi todo el verano, o al menos los fines de semana, en la casa que tenían en Santa María.

No llegamos a ser novios como tales –ya se sabe cómo son esas cosas cuando se tiene 14 años- , pero nos gustaba andar juntos: nadar, tostarnos al sol, oír música, caminar entre los pinos. Le daba pena usar aparatos dentales y quería cantar como Massiel, pero su voz era aguda y desafinaba. Yo deseaba ser más alto y menos tímido. Reíamos por cualquier cosa y soñábamos. Ella quería ser científica, yo periodista como Ives Montand en la película "Vivir por vivir". Al final, nuestros sueños se cumplieron, aunque no precisamente de la forma que hubiéramos querido. Alguien me contó que Raquelita trabaja en la NASA. Ella debe suponer que yo, testarudo que soy, me las arreglo para escribir y hacer periodismo.

Alguien dijo que no se debe volver a los lugares donde una vez se fue feliz. Es cierto. Como nuestras vidas, aquellas playas también cambiaron. Para peor. De tantos ciclones y abandono, apenas parecen las mismas. Los pinos ya no existen. Para caminar entre la basura diseminada por la orilla, hay que subir y bajar dunas de arena que se extienden hasta la calle y sepultan sus bordes. El puente de madera que unía Boca Ciega y Santa María, de tan derruido, ya no soporta el paso de vehículos. Ahora para llegar a Santa María, hay que apearse de la guagua en Vía Blanca y caminar casi dos kilómetros loma abajo por la Avenida de las Banderas...

Para qué seguir...Acerca del estado de estas playas, que pese a tanta adversidad aun siguen bellas, es mejor que hable el lente del fraterno Marcelo López.

luicino2004@yahoo.com

Foto: Marcelo López

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