viernes, 1 de marzo de 2013


Nos acecha el convidado de piedra

 | Por Camilo Ernesto Olivera Peidro
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -En los meses finales de 1990 se escuchaban en Cuba varios chistes sobre el periodo de la nueva crisis que se veía venir, o sobre el recrudecimiento de la ya existente. Uno muy común era bromear fonéticamente con la manera en que podría traducirse el calificativo de “Periodo Especial” a otros idiomas. Así, en lengua árabe se diría “Nadahabra” (nada habrá), o en japonés, “Tokitao” (todo quitado).
También se popularizó una versión en clave de choteo a una canción patriotera y guataca del cantautor  Enrique “Kiki” Corona, cuyo estribillo original decía algo así como, “es la hora de gritar revolución, es la hora de tomarnos de las manos”. La versión decía:  “Es la hora de gritar que no hay jabón, es la hora de bañarnos con las manos”.
El desabastecimiento golpeó duro, a nivel de la calle, casi de un día para otro. Las tiendas fueron vaciadas de cuanto producto podía ser utilitario. En unos lugares fue obra del acaparamiento, por parte de los que reaccionaron a tiempo o por aviso. En la mayoría, el propio gobierno recogió todo para habilitar almacenes de emergencia.
Quizás alguien por ahí recuerda las entonces proverbiales hamburguesas “SAZ”. Estas eran también denominadas con el “icónico” nombre de “Mac- Castro”, en referencia choteo-comparativa con la conocida red multinacional “Mac Donald”. Largas colas, con algún que otro altercado incluido, se armaban a la puerta de los establecimientos donde vendían “aquello”. Para comprarlas, había que presentar la libreta de abastecimiento del núcleo familiar, y te daban un número de tickets, según la cantidad de integrantes de dicho núcleo. Claro que, como suele ocurrir, “aquello”, que costaba dos pesos, podía conseguirse con los revendedores al precio de diez pesos.
También aparecieron en escena unos centros elaboradores y expendedores de un engendro denominado cínicamente “Helado Tropical”. En unas máquinas mezcladoras, de origen italiano, se insertaba un polvo que éstas se encargaban de compactar y congelar. La ración costaba veinte centavos en moneda nacional, y las colas eran igualmente todo un reto a la investigación antropológica. Literalmente, la gente hacía cola para tomar algo muy parecido al “duro frio”, pero la desesperada fantasía del cubano insistía en llamarlo helados.
Los cortes de electricidad comenzaron en el interior del país y se generalizaron en el transcurso del año 1993. El servicio de transporte público desapareció y las calles se llenaron de gente en bicicletas. El derecho a comprar una bicicleta se asignaba en los centros de trabajo, de acuerdo con determinadas prioridades. Aparecieron bandas de delincuentes que aprovechaban la casi nula iluminación en las calles para asaltar a los ciclistas y robarles el vehículo. Esta situación trajo consigo varias víctimas mortales, y la pena de muerte por fusilamiento fue sacada del congelador por las autoridades.
El antológico muro del malecón se llenó de muchachas a la caza de extranjeros, y lo que era un fenómeno silenciado en los ochenta, se convirtió en vox populi en los noventa. La “era dorada del jineteo” casi provoca que las chicas pasaran a ser otro “producto racionado” por la libreta de abastecimiento.
La burbuja estalló en agosto de 1994, y el mundo fue testigo del éxodo masivo y desesperado de miles de cubanos, en embarcaciones precarias. Un chiste de la época decía que al yate “Granma”, ubicado en exhibición en la zona tras el antiguo Palacio Presidencial, le habían reforzado la vigilancia por temor a que se lo robaran. A un amigo le escuché decir, mientras se montaba en una balsa: “caballeros, el último que se vaya que apague la farola del Morro”.
Mañana mismo Cuba pudiera parecerse más a la de hace dos décadas que al futuro. Esta posibilidad es como un convidado de piedra que aterra en silencio a muchos cubanos residentes en la isla. Otros cierran los ojos para no ver y, sobre todo, para  no recordar.

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