miércoles, 1 de mayo de 2013


Hablando del círculo rectangular
Miércoles, Mayo 1, 2013 | Por Manuel Cuesta Morúa

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -En la pasada Feria del Libro de La Habana ocurrieron al menos un par de cosas interesantes y de fuerte impacto moral. La primera fue una nueva puesta en escena de la estrategia cultural desplegada para la recuperación de autores, ya muertos, que han sido críticos del régimen. Esta vez se trató de Heberto Padilla y su título más lapidario, Fuera del juego.

La política cultural del gobierno cubano es cínica. Pluraliza el panteón de los venerables, reinterpreta los textos y neutraliza su crítica a través de censores autorizados. Así han reincorporado a Jorge Mañach y a José Lezama Lima, mientras procuran la liquidación de autores que nada más tienen acta de nacimiento y cuya crítica debe esperar su tiempo de recuperación, una vez que empiecen a convivir en cualquiera de nuestros camposantos.

La segunda ocurrencia que llamó mi atención durante la última Feria del Libro, es en la que más me interesa detenerme. Fue una conferencia organizada por la revista Temas, con el extraño título de Transición Socialista.

Según sus animadores, en la conferencia participaron historiadores, sociólogos, filósofos, politólogos y economistas. Y de ella cabe concluir dos importantes ideas: una, que hay un consenso entre la intelectualidad orgánica en torno al tema de la transición, y dos, que buena parte de esta intelectualidad, para no afirmar que toda, carece de un techo y de las herramientas conceptuales necesarias para definir ese rumbo propio que plantea la propaganda oficial.

Que en Cuba la izquierda revolucionaria carece de ideas, antes y después de haber perdido también sus paradigmas, es algo que se puede demostrar a partir de esta docta construcción sin sentido. Transición Socialista es lo más cercano a un despropósito intelectual. Además de un oxímoron, algo así como hablar del círculo rectangular.

La teoría de la transición trata sobre procesos abiertos de acumulación social que empujan en la dirección de tendencias ya visibles en las sociedades en cambio. Cuando una sociedad transita, lo hace hacia un punto que ya estaba señalado, pero tropezando en su camino con obstáculos poderosos que le impiden un avance fluido, lo cual influye directamente sobre el resto de los ámbitos sociales.

Por eso es lógico hablar de transición del feudalismo al capitalismo, o del autoritarismo o totalitarismo hacia la democracia. En estas transiciones se encuentran desarrollados, o en germen, los elementos que luego destacan como fundamentales o novedosos.

Lo que resulta ilógico plantear es una transición desde un punto hacia el mismo punto. Eso se llama círculo vicioso, no transición. Si en cualquier colegio elemental se le ocurriera a un profesor hablar de transición feudal, transición capitalista, transición alquímica o transición adolescente, se impondrían una pregunta o un sobreentendido. La pregunta: ¿transición hacia dónde? El sobreentendido: que cada transición supone hacia dónde se dirige el cambio.

Es preocupante que alguien pretenda otorgarle contenido a algo así como una Transición Socialista. O el socialismo es igual al fin de la historia, digamos que su primera fase antes del comunismo, tal y como lo pensaron sus mejores teóricos, o el socialismo nunca ha existido. En el primer caso, no puede haber transición desde el fin de los tiempos ¿Qué viene después del fin? En el segundo caso, solo puede haber transición si ya hay elementos socialistas en la sociedad vieja, esa que será abandonada en el proceso de transición.

Pero está última conclusión sería grave, pues trae consigo otras preguntas, la más importante de las cuales trataría de averiguar por el tipo de sociedad en que hemos vivido durante la friolera de 54 años. Si en Europa occidental alguien da una conferencia sobre transición democrática en la sociedad sueca del 2000, le dejan el auditorio vacío. Allí a lo sumo se podría hablar de profundización democrática, no de llegar al mismo lugar en el que se encuentran los suecos en términos de convivencia política.

Este concepto de Transición Socialista, en medio de un duro proceso de reajustes del poder, revela mucha menos imaginación que la de aquellos que desde el gobierno le llaman “actualización del modelo”. Lo que no es una buena señal, porque si desde el poder real se construyen eufemismos para enmascarar movidas políticas necesarias pero ilegítimas, se espera que al menos en el campo teórico e intelectual se avancen conceptos con una densidad y calidad más en consonancia con el nivel de la ciencia.

Que quienes piensan estén por detrás de los que mandan, precisamente en el campo en el que deberían estar por delante, no es edificante para la Cuba del futuro. Independientemente de las ideas que se defiendan.

No obstante, y por eso considero cardinal no pasar por alto el asunto, parece que el nuevo concepto de Transición Socialista intenta cumplir una doble misión política: primera, la del estupefaciente, o la del humo o la arena dentro de los ojos. Hace mucho tiempo ya que la gente honesta sabe que mientras el régimen mantiene encendido el intermitente hacia la izquierda, en realidad viene girando hacia la derecha y atropellando a muchas personas que se atraviesan inadvertidamente en la senda. Y ello necesita de una explicación adormecedora.

Y claro. Ante la cantidad de cadáveres que van quedando en el camino, viene siendo necesario que los revolucionarios bien pensantes comiencen a justificar a nivel intelectual una realidad llena de contradicciones. Mencionar solo la palabra transición sería una coincidencia con el lenguaje del enemigo, por un lado, y, por otro, una legitimación de los adversarios a los que se quiere aplastar.

De donde se desprende la segunda misión del concepto: construir y dar cabida, dentro de un proceso en movimiento circular, a una oposición que se ve a sí misma como leal. Un intento de circunscribir el debate político legítimo a un tercio de la sociedad. Lo que muchos percibirían o perciben como todo un progreso en una sociedad que penaliza la discrepancia con algo peor que el código penal.

Mientras la Revolución no permitía pensar, su proceso político desembocaba naturalmente en el totalitarismo. Pero si la Revolución solo le permite pensar a los que coinciden con ella, va a terminar en la típica sociedad fascista de derechas en que la vida burguesa que se alía con el capital, e intenta resolver sus problemas de conciencia confundiendo los límites del pensamiento nacional con los límites del socialismo de Estado. La vía de transición más dura para reconocer finalmente lo que son, por fuerza de los tiempos y necesidad del poder, es la de nuevos burgueses tercermundistas.

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