¿Puede ser 2023 un año mejor para Cuba?
Yoani Sánchez, La Habana | 29/12/2022
Las colas, sin ser una novedad, han acaparado la atención este año, incluidas las formadas para comprar dólares en una Cadeca de Centro Habana. (14ymedio)Para terminar este año, y junto a varios colegas periodistas, elaboramos un listado de las personas y proyectos que habían marcado la pauta en Cuba durante 2022.
La relación de nombres resultó un recorrido también por los momentos más importantes de estos doce meses y un repaso doloroso por la crisis y las tragedias que han golpeado la Isla. Curiosamente, entre los rostros y hechos elegidos había más difuntos que gente viva; más catástrofes que logros.
¿Por qué resulta tan sombrío el balance de este año en un país que no está en guerra y tampoco ha sufrido un cataclismo de grandes proporciones?
La respuesta a esa interrogante está en la persistencia del error, en la continuidad testaruda de mantener un modelo que ha tenido seis décadas para probar su incapacidad a la hora de lidiar con la realidad.
Este ha sido el año en que las largas filas para comprar alimentos se multiplicaron por todos lados, en que las familias tuvieron que despedir a casi un cuarto de millón de migrantes y en que se esfumaron las esperanzas de aquella chispa que provocaron las protestas del 11 de julio de 2021.
En este 2022 los cubanos vimos explotar el hotel Saratoga en La Habana, llevándose por delante 47 vidas; arder durante días la base de Supertanqueros de la ciudad de Matanzas que también se cobró otras 17 almas y además asistimos al funeral silencioso de decenas o cientos de balseros que naufragaron en el Estrecho de Florida o de migrantes cubanos que murieron en la selva del Darién.
Un año mortífero que, a punto de concluir, todavía no ha traído siquiera la publicación de los resultados de la investigación pericial y oficial de sus mayores desgracias.
Pero un cambio democrático necesita mucho más que decepciones acumuladas y fracasos repetidos. Se precisa gente rebelde y joven que impulse una apertura
De aquel impulso por cambiar las cosas, que desató las mayores manifestaciones populares de la historia cubana, se ha pasado a un tiempo de miedos y silencios.
Es rara la semana en que no tengamos que decir adiós a algún colega periodista independiente, cercado por las amenazas y los peligros de ejercer la profesión fuera de los estrechos límites oficiales. También han sido meses de ver la inflexibilidad de un poder que ha condenado a penas que superan los 20 años en prisión a varios de los participantes del 11J.
Pero el régimen también ha sufrido un importante deterioro en su imagen internacional, su capacidad de intimidar y su poder para silenciar a la ciudadanía.
Por todos lados crecen las críticas, brota la inconformidad y la diatriba –que ya no se queda en increpar a los burócratas o a los administradores locales– se dirige cual flecha precisa hacia las más altas instancias del Gobierno.
Este 2022 también ha sido el del despertar ciudadano y la galopante pérdida de credibilidad del Partido Comunista cubano.
Pero un cambio democrático necesita mucho más que decepciones acumuladas y fracasos repetidos. Se precisa gente rebelde y joven que impulse una apertura.
En los próximos meses, la migración se llevará a parte de esos tan necesarios ciudadanos a través de Centroamérica, en una válvula de escape social que postergará la necesaria transición en esta Isla.
Como esperanza nos queda el desgaste político y las disputas "por allá arriba", la posible muerte de algunos nonagenarios poderosos y la capacidad de regeneración que tiene toda sociedad. Para el próximo año nos queda la esperanza, ¿podemos contar con algo más?
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